“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

jueves, 7 de junio de 2012

El misterioso caso de Victoria Lange

 Hola de nuevo! Este es el relato que he escrito para el Certamen Literario del instituto. Me han dicho que le han dado el segundo premio, así que muchíiiiiiiiiiisimas gracias y mi enhorabuena a la ganadora del primer premio, que aunque dudo que me lea por aquí, me consta que es una gran escritora. 

Se trata de un relato de misterio, diferente a lo que había escrito hasta ahora. No tengo demasiado tiempo para escribir cosas nuevas con la Selectividad, así que aprovecho para colgar mientras tanto este relato, "El misterioso caso de Victoria Lange" o como yo le digo cariñosamente, "La Vicky" (je je je). Por cierto, os lo dedico a todos los que leéis mi blog y me apoyáis con los estudios y demás. Un besazo!


Dicen que el ser humano es totalmente vulnerable al destino por más cruel e injusto que éste pueda llegar a ser. También dicen que el hombre está dominado en muchas ocasiones por una especie de instinto que le lleva a intentar descubrir lo que se esconde más allá de las apariencias, aún cuando el miedo a sacar a la luz la terrible y esclarecedora verdad pueda paralizarle. Quizás fue ese mismo instinto el que llevó a Rodrigo, el capataz de la hacienda de los Ruiz de Mendoza, a dirigirse a toda prisa hacia las caballerizas de la propiedad al sentir un aire cargado y asfixiante que adivinaba la proximidad de un incendio.

El capataz cabalgó incansablemente durante varios minutos y contuvo una exclamación al contemplar el panorama que tenía ante sus ojos. Efectivamente, no se equivocaba: las caballerizas ardían furiosamente. Los mejores sementales de la hacienda, el cobertizo de madera y los útiles para trabajar la tierra eran ahora pasto de unas enormes llamas que devoraban todo cuanto encontraban a su paso. Rodrigo recordó que la patrona, la señora Victoria, le dijo que se dirigiría al lugar a primera hora de la tarde. Sin embargo, nadie gritaba en busca de auxilio. —Quizás he llegado demasiado tarde— pensó el fiel trabajador con nerviosismo antes de disponerse a cabalgar hacia los prados con la intención de reunir a sus secuaces para salvar a la joven. Lo que Rodrigo constató pocos minutos después fue que, en efecto, había llegado demasiado tarde.

Dos días después se ofició el funeral por Victoria Lange, esposa de Salvador Ruiz de Mendoza y heredera de una cuantiosa fortuna. Victoria era una mujer inteligente, bondadosa y sencilla. Ocultaba su impresionante atractivo físico tras ropas oscuras y recatadas, y apenas se prodigaba en actos sociales. Huérfana y de origen inglés, se vio obligada a casarse a los dieciocho años con Salvador, un español de alrededor de cuarenta años poseedor de una de las mayores haciendas de toda Andalucía y, ante todo, hombre déspota y cruel donde los haya. Los Lange vieron en él, poco antes de morir en un accidente náutico, al candidato ideal para velar por la administración de la elevada fortuna de la que su hija mayor, Victoria, podría disponer al contraer matrimonio. Así pues, la joven hubo de viajar desde su Londres natal con su hermana Catherine –soltera— hacia tierras malagueñas, territorios completamente desconocidos hasta entonces para las dos inglesas.

Las malas lenguas decían que el matrimonio de Salvador y la señorita Lange era, cuanto menos, tormentoso. Quizás la considerable diferencia de edad entra ambos era el origen de muchas de las enardecidas discusiones que se desencadenaban en el silencio de la casona cada noche, mientras todos dormían. Ella era rebelde e independiente y su espíritu liberal se veía refrenado en aquella jaula de oro y falsedad que era la conocida hacienda en que vivía. A todos les extrañaba la ausencia de la joven en las fiestas más concurridas de la localidad y las sirvientas solían murmurar por las esquinas sobre los cardenales y arañazos con los que solía amanecer. Victoria, amante de la equitación, solía atribuir aquellos moratones a alguna que otra caída del caballo, pero la realidad era bien distinta. Todas las noches, Salvador regresaba a la hacienda embriagado en coñac y cigarrillos después de haber pasado la tarde con alguna de sus amantes Dios sabe dónde. Luego, subía a la alcoba de su esposa y le propinaba brutales palizas que en ocasiones la dejaban inconsciente. Catherine, por su parte, sentía una profunda envidia por su hermana desde la infancia y vivía amargada por la idea de no ser la esposa de Salvador. Él prefirió a Victoria, más joven y astuta, y ella hubo de conformarse con algún que otro encuentro furtivo con el señor mientras todos dormían. Con el tiempo, llegó a convertirse en su amante y cómplice. Era ella quien inventaba cientos de excusas para que nadie sospechara de los malos tratos recibidos por la señora de la casa y quien se encargaba de atormentarla al recordarle todos los días que nunca podría huir del fatídico destino al que había sido entregada.

 


La noticia del fallecimiento de Victoria Lange causó verdadero estupor en el pueblo. Aún cuando no era muy conocida debido a sus poco frecuentes apariciones públicas, las circunstancias de su muerte llegaron a convertirse en el suceso más comentado en el lugar y sus alrededores durante largo tiempo. Salvador y Catherine, rigurosamente enlutados, presidían el primer banco de la iglesia mientras el anciano sacerdote oficiaba una misa monótona y aburrida interrumpida por los acordes de un réquiem. El cuerpo de Victoria había sido reducido a cenizas, y en el lugar de los hechos tan sólo se encontraron su anillo de compromiso, un broche de esmeraldas y una pitillera metálica con las iniciales de su esposo.

A la salida de la iglesia, un concurrido número de conocidos de la familia se acercaron a Salvador y Catherine para ofrecerles sus más sentidas condolencias. Cuando todos se hubieron ido, un joven trajeado y con sombrero de copa se dirigió a ambos. Su piel blanca y sus ojos azules evidenciaban que era extranjero.

—Permítanme que les moleste en estos momentos tan delicados para ustedes, pero debo comunicarles algo sin demora. — Los amantes se percataron del acento inglés del joven y se volvieron lentamente hacia él.

—Usted dirá —musitó Salvador con indiferencia.

—Mi nombre es James Miller. He sido reclamado por la Guardia Civil de esta localidad para investigar la muerte de su esposa Victoria. —prosiguió el extranjero.


—Aquí no hay nada que investigar. Victoria salió a montar a caballo como cada tarde, y probablemente provocó un incendio con uno de sus cigarrillos. Siempre tenía uno en la mano. Me temo que se ha equivocado usted de lugar, así que le ruego que se marche y elimine de su cabeza cualquier pretensión de revolver cualquier asunto relativo a la muerte de mi hermana. Comprenda que tanto mi cuñado como yo estamos profundamente afligidos. —sentenció Catherine.

Pese a los ruegos de los interesados e hipócritas parientes de Victoria, el joven investigador se instaló en el pueblo y comenzó a hacer su trabajo desde el mismo día de su llegada. Resultaba extraño que la Guardia Civil, tan desvinculada por aquel entonces de las relaciones internacionales, hubiese solicitado los servicios de un investigador inglés para esclarecer la muerte de la joven. Sin embargo, el capitán del cuartel del pueblo aceptó sin demasiado interés las explicaciones de Miller  y le dejó hacer su trabajo, imaginando que cumplía órdenes de un superior. 


James Miller se hospedó en la mismísima hacienda Ruiz de Mendoza pese a su enemistad con la familia. Al fin y al cabo, aquel era el entorno idóneo para documentarse sobre la vida de la desdichada Victoria Lange.  Realizó un recorrido completo por las habitaciones, anotando en un cuaderno de piel todo cuanto observaba. Catherine, sigilosa, le observaba con recelo desde las esquinas. En pocos días, el suspicaz investigador descubrió que Catherine y Salvador eran amantes, y luego de un exhaustivo  interrogatorio al que sometió a  las criadas consiguió atar cabos y descubrir que Victoria era maltratada por su marido y, en ocasiones, por su hermana. La suspicacia de Miller era un don que jugaba en contra de los dos amantes, que temían que el investigador les culpase de un momento a otro de la muerte de la joven. Motivos no le faltaban: ambos estaban interesados en apropiarse de su fortuna. 


Además, Catherine soñaba en la intimidad de su habitación con deshacerse de su hermana y ocupar el lugar que realmente le pertenecía al convertirse en la esposa de Salvador. Quizás aquella tarde no le faltó sangre fría para aliarse con él y provocar un incendio en los establos que acabaría con la única persona que obstaculizaba todos sus planes.

Esta hipótesis comenzó a perfilarse en la mente del audaz investigador, que avanzaba en sus pesquisas con asombrosa rapidez. Apenas cruzaba palabra con cuantos le rodeaban, y fue precisamente esto lo que rodeó a James de un halo misterioso que obligó a Catherine y a Salvador a ponerse en guardia. Estaba yendo demasiado lejos, y no podían permitir que se les acusara de un crimen que no habían cometido pero que sería, sin embargo, fácilmente asumido por todos, pues en el pueblo se sospechaba desde tiempo atrás que entre Lange y Ruiz de Mendoza había más que una simple relación de parentesco, lo que unido a la vida ascética y tormentosa de Victoria y a la codicia que fácilmente podrían suscitar en ellos las elevadas cifras de dinero que albergaba en su cuenta bancaria les posicionaría con toda seguridad como principales asesinos de la joven inglesa.



Tras varios días encerrado en su alcoba, escribiendo incansablemente a la luz de las velas, sin apenas comer ni dormir, James enunció su veredicto: Catherine Lange y Salvador Ruiz eran los responsables de la muerte de Victoria. La noticia fue recibida con poco asombro por el capitán Torralba y el acalde del pueblo; todos lo sospechaban.

—La tarde del incendio, Victoria se dirigió a las caballerizas para montar, como de costumbre. Mientras ensillaba su caballo, su hermana y su esposo provocaron un brutal incendio en el lugar y huyeron apresuradamente. Como prueba ineludible de su fechoría, perdieron en la huida una pitillera con las iniciales “S.R.M.” y un broche de esmeraldas perteneciente a la señorita Catherine —sentenció el investigador.

— ¡Usted no sabe lo que dice! ¡Miente! —replicó Catherine acaloradamente. —Victoria solía fumar muy a menudo, ella podría haber provocado el incendio accidentalmente al arrojar el cigarro sobre la paja. Seguramente tomó prestada la pitillera de su esposo. Y en cuanto al broche, bueno… yo misma se lo presté. —inventó ávidamente.

—Usted misma reconoció que ese broche pertenecía a su hermana el día en que fue encontrado. —repuso Miller. Además, nadie en el pueblo afirma haberles visto tanto a su cuñado como a usted la tarde del suceso. Usted no se encontraba en la casona, bordando como de costumbre, y el señor Ruiz de Mendoza no frecuentó en toda la tarde el burdel al que solía acudir ni fue visto en ningún otro lugar. Si nadie tiene más que alegar, yo creo que podríamos afirmar sin temor a equivoco que ustedes son los responsables de la muerte de Victoria, y deben pagar por ello.

Tanto Salvador como Catherine sabían perfectamente que aquella tarde ambos se habían citado en un claro del bosque cercano a la capital para llevar a cabo uno de sus encuentros furtivos. Alegaron estos hechos en su defensa, pero nadie les creyó. Por todos era sabido que la pareja llevaba largo tiempo conspirando en contra de la indefensa joven, que se consumía día tras día en la majestuosa hacienda temiendo el día en que ambos acabaran con ella para disfrutar de su fortuna despreocupadamente. Quizás la tiranía del cruel terrateniente, que en más de una ocasión había estado involucrado en casos de corrupción política, llevó al alcalde a ensañarse con él y dar parte a las autoridades de los hechos. En poco tiempo, Catherine y Salvador fueron encarcelados, y las propiedades Ruiz de Mendoza pasaron a ser expropiadas.  De nada sirvieron las réplicas de ambos ni reconocimiento social con el que contaban. Poco después, James Miller recogió sus enseres, se despidió del alcalde y del Capitán, y se marchó. Llamaba poderosamente la atención la facilidad y la suma rapidez con la que el joven había resuelto el caso, como guiado por una especie de inspiración divina que le facilitaba la información requerida para concluir la investigación, pero la justicia española, tan preocupada entonces por los bandoleros que poblaban los montes de la periferia decidió no darle mayor trascendencia al asunto.

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Londres, una semana después. Un caballero ataviado con un sombrero de copa, una larga capa oscura y chaqué camina cabizbajo entre la muchedumbre de una ciudad sumida en una nube de polvo, inmersa en los albores de una revolución industrial que no tardaría en llevar a Inglaterra a la preeminencia sobre Europa. El caballero abandona un viejo edificio situado en las afueras de la ciudad y se dirige a una de las más lujosas mansiones de la zona, presidida por monumentales columnas y fastuosos jardines. Una criada le abre la puerta. Él se dirige nerviosamente a la última planta de la estancia y abre las puertas correderas de un amplio despacho iluminado por sendos ventanales. Una esbelta silueta femenina que sostiene un cigarrillo mira a través de ellos con indiferencia. Parece no importarle todo cuanto pueda ocurrir a su alrededor. Sin embargo, hoy es un gran día para ella.



—Todo ha salido según lo previsto. Ambos pasarán una larga estancia en el penal. ¡Por fin! ¡Por fin has logrado vengarte de ellos, de aquellos que nos separaron y te humillaron durante años, privándote de lo que es tuyo, de tu dinero, de tu libertad! Sin tu ayuda no lo habría conseguido. Debo decir que fuiste tremendamente explícita en las descripciones que me diste de ellos y de la servidumbre. Fue fácil convencer al inepto del alcalde de que pretendían terminar contigo y disfrutar de tu fortuna. ¿Lo ves? Ahora nadie podrá impedirte ser libre y hacer cuanto te plazca con tu vida. Ya has llevado a cabo tu venganza, y no tendrás que responder ante ellos nunca más. El nuevo documento de identidad llegará en pocos días, o eso me aseguró ese viejo traficante esta mañana.

La silueta femenina se dio la vuelta lentamente, profirió una sonrisa irónica y le dio una calada a su cigarro. Se acercó lentamente al joven de la capa, le tomó de la mano y suspiró.

—Debo reconocer, James, que has resultado ser un gran investigador. A partir de ahora nadie me dominará a su antojo y podré estudiar, viajar, incluso dirigir una empresa, ¡qué sé yo! Tengo miles de planes y mucho tiempo por recuperar.

—Espero que entre tus planes esté compartir tu vida conmigo— sugirió el joven, poniéndole una sortija de oro blanco sobre el dedo anular. Su compañera le miró con expresión interrogante, pero rápidamente sonrió.

—Por supuesto. —admitió Victoria Lange antes de cerrar la puerta y fundirse con James en un apasionado beso.



8 comentarios:

  1. Me ha encantado, Mar. Enganchadísimo desde el principio hasta el inesperado final. Yo te habría dado el primer lugar, claro :)
    Espero ansioso más relatos. Eso sí, en cuanto arrases en selectividad.
    Un beso!

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    1. Muchas gracias! :D Espero escribir más de ahora en adelante. Un beso!

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  2. Aunque intuía cómo iba a terminar, no pude parar de leer desde el principio, tienes una manera especial de contar las cosas. Biquiños!

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    1. Gracias por leerlo :) Sé que me quedan muchas cosas por aprender aún. Un beso!

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  3. Me ha recordado a un libro que leí que se llamaba el caso Saint Fiacre, es del estilo, aunque he de decir que tu historia me ha gustado más, mejor tu final jaja
    Sigue escribiendo porque se te da de lujo! y muchisimas felicidades por ese 2º puesto que está muy requetebien!
    Un beso ^^

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  4. Bufff!! Que bien escribes!! Que envidia!!! Me ha gustado mucho! No se como fue la que ganó el primer premio pero la tuya esta la mar de bien y yo le hubiera dado el primer premio!

    Por cierto! Enhorabuena por la graduación y tus excelentes notas!! No te preocupes por Selectividad que fijo que no tienes problema!

    Un saludo!!

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    1. Muchísimas gracias, Marta! Palabras como estas son la mejor recompensa que puedes recibir cuando te esfuerzas en algo.
      Un beso muy fuerte!

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