“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

miércoles, 16 de octubre de 2013

Busco un sueño

-Busco un sueño -sentenció el joven al entrar en la sala de objetos perdidos. La encargada, una señora de mediana edad, con un pañuelo al cuello y unas gafas que luchaban por no resbalarse de su puntiaguda nariz le miraba con incredulidad. 
-¿Cómo dices? 
-¿No es esta la oficina de objetos perdidos? Mi nombre es Marc, soy estudiante y estoy buscando mi sueño. Creo que se me ha perdido. 
-Muchacho, hay mucho lío por aquí. Te sugiero que te vayas a molestar a otra parte- La encargada se dio media vuelta e hizo ademán de ordenar varias carpetas-. 
-Señora, le estoy hablando de algo importante para mí. Yo tenía un sueño... de hecho, ¿quién podría no tenerlo? Un sueño de esos que se construyen solos, desde que somos niños, y que nos acompañan durante el resto de nuestras vidas hasta que, finalmente, logramos alcanzarlos. Sin embargo, yo no estoy muy seguro de saber cuál es el mío. Yo no soñaba con ser médico, ni astronauta, ni bombero. Tan sólo escribía, tanto que en ocasiones no era capaz de diferenciar la realidad de mis propios cuentos. 
-Chico, no tengo tiempo para atender tu... reclamo. Verás, es muy interesante tu historia. Realmente conmovedora, sí. Pero me parece que te has equivocado de lugar. En esta oficina se atienden las demandas de objetos perdidos: bicicletas, monederos, ordenadores, agendas... Aquí han ido a parar los objetos más extravagantes que puedas llegar a imaginar. Incluso un día se acercó un caballero preguntando por una iguana que, al parecer, se había perdido en una estación de trenes. Imagínate. Pero nunca, jamás, en los veinticinco años que llevo trabajando en este lugar, ha aparecido nadie reclamando un sueño. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.

El joven comenzó a deambular entre las cajas repletas de libros y DVDs con gesto atribulado. Aquella señora tan arisca no había sido capaz de entenderle. Y, al fin y al cabo, ¿quién podría ser capaz de hacerlo? Marc no era un chico corriente. Era capaz de ver más allá, de analizar con sumo detalle cada situación, con los ojos de quien se sabe vencedor antes que vencido. Pero le faltaba un sueño, sólo uno. ¿Viajar, investigar, pintar...? ¿Qué debía hacer? Tampoco la escritura había logrado satisfacerle en los últimos tiempos. A duras penas era capaz de garabatear una cuartilla, y en las pocas ocasiones en las que el bolígrafo lograba escribir -como guiado por los dioses- alguna palabra, ésta era tachada ante la expresión impotente del chico. No, no era suficiente. Debía escribir algo realmente bueno, y no se sentía capaz de hacerlo. Entonces, ¿qué debía hacer? ¿A quién podía recurrir? 

-Veo que sigues por aquí -anunció la encargada a modo de amargo saludo tras volver del almacén. Marc estaba sentado sobre algunas de las cajas, ojeando libros polvorientos que, quién sabe, habrían pertenecido a infinidad de entregados lectores. Ella, conmovida por su ingenuidad juvenil, decidió sentarse a su lado. Se sacudió la falda, suspiró, y le miró. 
-Creo que será mejor que me vaya de una vez- dijo Marc, esbozando una tímida sonrisa. 
-No es tarea fácil ser un soñador en este mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento para los luchadores, muchacho. Cuando eres joven, crees tener la fortaleza suficiente para enfrentar cualquier reto. Y, de hecho, la tienes. Como bien has dicho, algunos saben desde pequeños qué quieren hacer con sus vidas, y otros tantos, como tú, aún no lo han decidido y navegan en un mar de dudas. Lo veo en tus ojos, llenos de incertidumbre. -Marc miró hacia el suelo, aturdido- Sé que de nada servirá que te diga que tienes toda la vida por delante para descubrir qué es lo que realmente quieres hacer, porque muy probablemente la impaciencia te esté consumiendo. De otro modo, no estarías aquí, acogiéndote a la vana respuesta de una simple funcionaria de la oficina de objetos perdidos. Sin embargo, te daré un consejo, un buen consejo. 
-¿Un consejo?  
-Eso es. Creo que podría ayudarte. 
-La escucho. 
-Bien. Creo que poco te interesarán las aventuras y experiencias de juventud de esta vieja que refunfuña más que habla. Pero créeme si te digo que yo sí tenía un sueño.  
-¿Cómo consiguió encontrarlo? -Marc le miraba con expresión de sorpresa. 
-No lo encontré. Él me encontró a mí, y desde entonces no ha dejado de acompañarme. Yo quería ser escritora. Me encantaba leer y podía pasar horas y horas tratando de escribir poemas, relatos... Cuando me has dicho que escribías, has despertado un sentimiento que creía adormecido. Escribía con pasión, con entrega. Me dejaba la piel en cada escrito... pero eran otros tiempos, tiempos difíciles para una mujer que, además, debía casarse y formar una familia. Y mi sueño de escritora se rompió en pedazos, como tantas y tantas cuartillas que acabaron en la basura.

El joven la miraba impertérrito. No habría podido imaginar que aquella señora que fruncía el ceño con tanta frecuencia cobijara el alma ambiciosa y libre de un escritor.

-Lo que quiero decirte con todo esto es que un sueño, una vocación, no es algo que se elija. Se trata de aquellas cosas que realmente nos hacen felices, aquellas que hacemos sin pensar, como dibujar, ayudar a los demás o preparar un pastel. Y sabemos que realmente nos pertenecen cuando las hacemos nuestras, sin importar lo que nadie pueda decirnos al respecto. Para una actriz no resulta vergonzoso desnudarse en el escenario, como tampoco será indecoroso para el artista dibujar su cuerpo desnudo. Tampoco el escritor se avergonzará de sus historias de ensoñación y melancolía, porque cree en ellas. Él las ha creado, son producto de sus desvelos y de su imaginación, ¿entiendes? 
-Entonces... ¿soy yo el que debe decidir cuál es mi sueño? 
-Exactamente. Dices que te gusta escribir, que disfrutas con ello. Pues bien, sigue adelante y defiende tu habilidad siempre que puedas. Cree en ti y en tu trabajo, o nadie más lo hará. Muchas veces te frenará el papel en blanco y la incredulidad de muchos, pero eres tú el que deberá continuar, el que debería ser fiel a su obra. 
-Señora, no tiene ni idea de lo que acaba de hacer. Acaba de salvarme. 
-Eres demasiado joven como para dejarte vencer por el desánimo y la desidia que impera en nuestros días. Ya tienes tu sueño. Ahora, defiéndelo, y escribe todos los días, siquiera unas palabras. Y puede que, algún día, dentro de muchos años, uno de tus libros figure en el registro de esta oficina por el olvido de un lector atolondrado.

Marc le dio las gracias a la encargada, se puso en pie y se marchó, lleno de ilusiones y proyectos. Adela le contemplaba, satisfecha, desde el mostrador.

-Si tan solo... si tan solo me hubieran dejado escribir unas líneas...-murmuró silenciosamente a la par que una lágrima huidiza se escapaba de su ojo y se deslizaba  lentamente por su huesuda mejilla.