“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

lunes, 22 de agosto de 2011

Ana

Existen pocos testimonios más escalofriantes y fieles a la realidad que el de Ana Frank. La emoción me embargaba conforme iba leyendo su diario. ¡Su diario! ¿No resulta increíble poder leer una obra tan valiosa que aquella muchacha de 15 años escribió durante su largo cautiverio? La emoción me embargaba al leer cada párrafo, al compartir con la propia Ana sus temores e incertidumbres, sus más íntimos pensamientos, su primer amor, sus deseos...



Ana soñaba con convertirse en una escritora de prestigio. Estoy completamente segura de que si  su vida no hubiera terminado a esa edad tan temprana, hubiera sido una de las mejores escritoras del planeta. Y de hecho, creo que lo logró. La obra que nos legó es mucho más que un simple cuaderno en el que una chiquilla expresaba todo aquello que no podía decir libremente. Es el fiel testimonio de una persona inteligente y luchadora que nunca se rindió  a pesar de las circunstancias tan difíciles en las que se encontraba. Es admirable.

A duras penas intenté contener las lágrimas al leer su última carta, pero mis esfuerzos fueron en vano. No pude contener la emoción al despedirme de ella, me costaba asimilar que alguien tan especial, tan lleno de vida como Ana, hubiera acabado de aquella manera. Tuvo que pagar el precio de la guerra y ser una víctima más de uno de los acontecimientos más aberrantes de la historia de la humanidad  por el simple hecho de pertenecer al pueblo judío.



Ana era noble, sensible e inteligente, pero también despierta y alegre. Ella misma contaba en su diario que muchas veces tenía que enfrentarse a sus dos personalidades: la Ana tranquila y racional, que salía a la luz en sus momentos de soledad, y la Ana alegre y vivaracha que todos conocían. En cualquier caso, demostró fuerza y coraje aún cuando el miedo se apoderaba de ella. Era alguien grande de espíritu, un verdadero ejemplo a seguir.

Ana murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945. Su diario y el recuerdo que ha dejado y dejará para la humanidad jamás morirán.