“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

martes, 31 de enero de 2012

Rayos de sol (II parte)

—Me gusta tu nombre. -Me sentí algo estúpida al decir aquello, pero él rió levemente.
—Vaya, gracias… Elisa.
—Elisa Robles. Ese es mi nombre completo.
—Es curioso que hayamos compartido tantas cosas estos meses y, sin embargo, no conociéramos nuestros nombres.
—Simples nombres. Algo más allá de ellos, están las personas, con su pasado, su presente…
—…Y su futuro.
Me acerqué más a él. Era increíblemente especial sentirle cerca, muy cerca de mí. Y de nuevo, las dudas volvieron a mi mente. Aquella sensación ya la había vivido antes, pero ¿cuándo?... Necesitaba saber, conocer datos de su vida. Quería más.


—Háblame de ti —me atreví a decir, rompiendo el silencio.
—No hay mucho que contar…— entrelazó sus dedos y suspiró. — Nací en Madrid, me crié en Valencia hasta los ocho años. Me fui a estudiar medicina a Harvard gracias a una beca, pues aunque mi familia era bastante pudiente, desde muy joven he querido salir adelante por mí mismo.
Aitor describió mi propia historia con aquella frase. Yo también me había ido lejos de mi conservadora familia y su dinero para hacerme a mí misma sin ayuda de nadie. Mis padres jamás lo comprendieron. Ellos querían que fuera abogada, como mi padre, y no periodista. Deseaban verme casada con alguien que estuviese “a mi altura”. Para ellos, Luis nunca fue suficiente para mí, pese a la elevada situación económica de su familia.
Aitor prosiguió. Mi sospecha iba en aumento, pero permanecí callada.
—Mi profesión es fundamental para mí, pero aún más lo son aquellos que realmente me importan…
—¿La familia? –deseaba que él no estuviese en mi misma situación.
—Por supuesto. —Calló y su tono de voz adquirió un tono más triste. — Hace unos años, perdí a mi hermano en un accidente de tráfico. Para mí fue muy duro… era mi hermano mayor. El otro conductor había consumido drogas, pero sobrevivió. Luis no tuvo tanta suerte.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. No. Otra vez no. No era posible. ¿Y si eran alucinaciones mías? Mis ojos se abrieron de par en par, y agarré su mano fuertemente.
—Elisa, ¿estás bien?
—Tu hermano… comencé a balbucear- tu hermano… ¿Luis?
—Sí, Luis…
—…Fernández Segura.
Aitor me miró. Su rostro cambió por completo. Ahora, los dos comprendimos. Traté de hablar, pero no pude. Él estaba fuera de sí. Entonces, el tiempo pareció pararse, nos abrazamos como nunca. Aitor, el hermano de Luis, aquel que se atrevió a hablar conmigo el día que él me presento a sus conservadores padres, estaba de nuevo junto a mí después de tantos años. ¿Cómo no le había reconocido?
Hablamos durante largo rato. Una llamada telefónica hizo que nos marcháramos rápidamente al hospital; habían encontrado un donante compatible con Elena. No cabía en sí de dicha. Cuando recorrí el pasillo del hospital para conocer al futuro donante, mi corazón, cansado por las emociones de aquella tarde, creyó paralizarse nuevamente por un instante. Un señor mayor, de pelo algo canoso y rostro sufrido, de mediana estatura e impecable presencia, apareció ante mí. El donante de mi hija, aquel que salvaría su vida, se llamaba Miguel Robles… mi padre.