Volví.
Parece que, una vez más, los exámenes no pudieron conmigo, aunque mucho me temo que en esta ocasión mi esfuerzo no será recompensado como, humildemente, creo que merece. Es dura y desconocida la vida del estudiante entregado. Más allá de las ojeras en el rostro y los callos en las manos, se esconde un espíritu de superación que no siempre es valorado como debiera. Pero sabes, o al menos quieres creer, que aunque muchos no saben apreciar tus sacrificios, el hecho de haber podido demostrarte a ti misma una vez más que puedes hacerle frente a cualquier dificultad es la mejor recompensa. Me he demostrado tantas cosas en los últimos meses que poco me importan las opiniones de los demás.
A unas semanas de entrar en la veintena, me siento sorprendida ante lo rápido que pasa el tiempo. Ayer escribía mis primeras palabras sobre la mesa del cuarto de mi abuelo; hoy estoy en la universidad, imbuida con demasiada precocidad en los avatares de la vida adulta. Pero no me quejo, soy feliz. Feliz pese a todo, y pese a todos.
La vida es cambio y avance, fugacidad y lucha. Y yo he decidido hacer de mis palabras un arte.
Gracias por los ánimos, por las palabras de apoyo, por estar. Por todo.
Buenas noches, mundo. Es la hora de los valientes.