“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

lunes, 13 de febrero de 2012

Noche

La noche. ¡Ay, la noche! No creas que a muchos les gusta. Prefieren la claridad del día, un torrente de luz entrando por sus ventanas. Prefieren el ruido incesante del claxon de los coches y los niños jugando. Y luego, duermen. Duermen y se abandonan a sus pensamientos, a sus más íntimis deseos, porque, dime ¿quién no reflexiona -quiera o no- un ratito antes de caer rendido sobre la almohada? Todos lo hacemos. Todos nos resguardamos en el sosiego que sólo la noche nos proporciona. Es nuestro momento del día, momento difícil para muchos, pues es entonces cuando deben enfrentarse a sus propios miedos, cara a cara. Y, como único testigo, la luna. Desde mi ventana no se ve; ni siquiera se adivina su presencia, pero está ahí. 



Hay muchos tipos de noches. Noches tranquilas y apacibles que nos acogen con dulzura y nos cargan de energía para seguir adelante. Noches de ajetreo y diversión que a duras penas recordamos a la mañana siguiente. Noches de tristeza, de melancolía, de miedo. Noches en vela, noches que pasan sin pena ni gloria. Noches apasionadas, noches que saben a día, noches que preferiríamos olvidar, y otras tantas que recordaremos siempre.



Yo he vivido algunas de esas noches, no todas. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿qué tiene la noche? ¿qué tiene de especial para lograr seducirme de esta manera? Me concentro mejor de noche. Soy capaz de escribir poemas, dibujar, e incluso estudiar con muchísima más facilidad que durante el resto del día. Sin embargo, pocos entienden estas aficiones nocturnas que suelo profesar. No es necesario que lo hagan; para llevarlas a cabo sólo necesito paz, silencio y una tenue luz en la inmensa oscuridad. Entonces será cuando calle el mundo y el corazón empiece a hablar.