Querida UAL:
Me quitas las ganas de seguir
aprendiendo, de crecer como estudiante, pero no lo conseguirás. Me agobias diariamente con tu extenuante hedor de
cloaca proveniente de tus baños, con tus plagas diarias de moscas y tus colas
interminables en la biblioteca para acceder a un portátil. Me cansan los
discursos matutinos de tus profesores, lentos y aburridos en su mayoría.
Detesto el corporativismo que se huele por tus pasillos, el desdén con el que
se mira al estudiante que no camina por el sendero de “lo correcto” y la apatía
con la que invitas a todo aquel que lucha por superarse a retirarse.
Preocupada por la situación en la
que se encuentra la educación en mi país, empecé a colaborar en el Consejo de
Estudiantes para intentar ayudar en lo que fuera necesario. Sin embargo, la
estupidez y la desidia de muchos de tus estudiantes, que prefieren dormir en
sus camas y permanecer impasibles ante la oscura realidad que tenemos que vivir
antes que hacer algo por solucionarlo, me hicieron dudar. Me pesa que no
recompenses al estudiante trabajador, y que desoigas las quejas de todo aquel
que te reclama cuando algo está mal, cuando es víctima de una injusticia.
Yo no te pago por examinarme, te
pago por aprender. Te pago por recibir unos servicios, una atención y una
calidad en la enseñanza que no estoy recibiendo. Y, pese a todo, año tras año
sigues vaciando mis bolsillos, habida cuenta de tu ignorancia.
Luce esa magnífica fuente recién
construida en mitad de tu campus con el dinero que se debería haber empleado en contratar más profesorado, más medios de enseñanza, más material educativo. Sigue presumiendo de ser Campus de Excelencia
Agroalimentario. Continúa asignándote medallas, logros vanos. Sigue haciéndonos
vivir en una mentira. La realidad es que poco te importa el esfuerzo de tus
estudiantes. No hay calidad en tus aulas, ni te responsabilizas de todos
aquellos que han de ser expulsados por no poder cumplir con los pagos. Supondrás
que eso no es asunto tuyo, pero te equivocas. Todo aquel que está matriculado
en tus aulas es de tu competencia, y debes responsabilizarte de él. El alumno
que se enfrenta al Defensor Universitario lo hace movido por la injusticia, por
ser víctima de la dejadez y la burla de muchos.
No eres la Universidad en la que
quiero estudiar, ni proporcionas la educación que deseo ni para mí ni para mis
hijos. Sin embargo, eres la única opción que tengo ahora mismo para intentar
formarme, para crecer como estudiante. Tan sólo ocúpate de sentar las bases
académicas. De los valores y los principios, claro está, ya me ocuparé yo. Siempre he querido superarme, como persona y como estudiante, y puedes estar segura de que tu incompetencia no me paralizará.