“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

viernes, 7 de octubre de 2011

Los chicos de Donosti

"Llega tarde el 28 y nerviosa, miro el reloj.
 La lluvia conmigo empieza un día

de pleno sol..."

Estrofas como la anterior se repetían en la radio con cierta frecuencia, y no era para menos. Era el año 1999, y una niña de cinco años cantaba a pleno pulmón en la cocina las canciones de "La Oreja de Van Gogh": "Cuídate", "El 28", "Vestido azul", "Dile al sol"... Sus letras envolventes y la música de aquel grupo la transportaban a un estado de alegría que la llevaba a comenzar a cantar sin importarle las circunstancias en las que se encontrara: en el bus de camino a casa, en una tienda, de viaje -camino a su pueblo-, o dibujando en la mesa de la cocina.



Pasó el tiempo, y la niña creció con aquella alegoría -ideada por ella, a modo de tributo a su grupo favorito- de la chica de la estación del 28, que rompía su vestido azul y le decía al sol que la hiciera volar, que esperaba un ramo de rosas puntualmente cada viernes y que no le tenía miedo al fuego eterno (tampoco a sus cuentos amargos, por supuesto). Verdaderamente, la niña admiraba a "La Oreja de Van Gogh". Coleccionaba sus pósters y los colocaba debajo del cristal de su mesa de estudio para que su grupo favorito "la animara" a hacer sus deberes. Escribía las letras de sus canciones en un cuaderno, y saturaba el buscador de Youtube de antiguas maquetas de los chicos de Donosti que gustosamente incorporaba a su repertorio "orejero". Leía incansablemente en diversas páginas la historia del grupo: cómo se conocieron, los inicios de los "Sin nombre", la llegada de Amaia Montero y el éxito inesperado de los años posteriores. Todo lo relacionado con el grupo le llamaba inmensamente la atención.



Tiempo después, las letras de "Rosas", "Puedes contar conmigo" o "Deseos de cosas imposibles" comenzaron a cobrar un significado que iba más allá del indescriptible placer que la chica experimentaba al escuchar la "poesía musical" de la Oreja. Aquellas canciones -entre otras muchas- la acompañaron durante algunas noches en las que ella, buscando consuelo tras un prematuro desengaño amoroso, encendía el mp4 y se reencontraba con los cinco, aquellos cinco que valiéndose de un teclado, una guitarra, un bajo, una batería, una buena voz y mucho sentimiento velaban sus sueños y le hacían sentirse mejor.




Una mañana (parecida a aquélla del 99), la muchacha encendió la radio y recibió con tristeza la noticia de que la vocalista del grupo había decidido iniciar su camino en solitario. Extrañada, entró en diversos foros para verificar la noticia. Sí, era cierto. Ella se iba con la música a otra parte, dejando en la memoria musical de muchísimas personas un recuerdo imborrable. Se llevaba con ella  aquella voz tan particular que tanto le gustaba a Mar, y no había más que hacer. La chica temió por el futuro del grupo; pensó que con la salida de Amaia todo terminaría.


 Sin embargo, "La Oreja de Van Gogh" volvió a resurgir de sus cenizas, y lo hizo con más fuerza que nunca. Era el verano del 2008, y una joven de pelo claro y mirada arrebatadora cantaba en su presentación como nueva vocalista del grupo acompañada por un emocionado Xabi. Se llamaba Leire, -la princesa Leire-, y tenía una voz increíble. Cantaba con dulzura, imprimiendo una fuerza desbordante a las letras de sus nuevos compañeros. Con el tiempo, supo hacerse con el cariño de los seguidores del grupo y aprendió a defender con todos los honores sus antiguas canciones. Del mismo modo, Leire supuso el inicio de la nueva etapa de "La Oreja de Van Gogh"; una etapa en la que el grupo estaba dispuesto a mejorar y a introducir progresivamente innovaciones que quizás no serían del agrado de todos. Sin embargo, fueron valientes y, contra todo pronóstico, nos citaron a las cinco en el Astoria y volvieron a hacernos soñar como sólo ellos saben hacerlo. Mar estaba encantada: los chicos habían vuelto. Había Oreja para rato.



Poco después, anunciaron orgullosos la presentación de su nuevo disco recopilatorio. Visitamos su casa a la izquierda del tiempo, y nuestros corazones aprendieron a estar tranquilos. Los clásicos del grupo volvían con un toque romántico, acompañados por la orquesta de Bratislava y con la magnífica voz de Leire. Mar no pudo contener las lágrimas al escuchar las nuevas versiones de "Deseos de cosas imposibles" y "La Playa", su canción favorita, aquella que tanto significaba para ella. Recibió el disco en la mañana de Reyes del 2010. Era su único regalo, y le hizo más ilusión que cualquier otra cosa en el mundo.



Tras la gira y un largo periodo de ausencia, el grupo "twitteó" noticias bastante reveladoras: pronto grabarían un nuevo disco. Mar lo esperaba con impaciencia, como siempre había hecho. Lo esperaba con tanta ilusión como aquel recopilatorio de Grandes Éxitos que encontró casualmente una tarde en Carrefour. Por fín los chicos regresarían, y ello la hacía feliz. De hecho, era una de las pocas cosas que la hacían feliz. Estaba pasando por un momento personal bastante delicado, y sus canciones eran de las pocas cosas que la hacían sonreír.


Sábado, 16 de julio del 2011. Sí, era el día esperado. Mar se levantó, pero no estaba contenta pese a ser el día elegido para la presentación del nuevo single del grupo. Su abuela estaba en el hospital. Además, era el cumpleaños de su padre, que estaba cuidándola y no podría celebrarlo con su familia. Sin embargo, Mar encendió la radio, y justo en ese momento, la voz de Leire dio inicio a la reproducción del single en los 40 principales. Mar lloró. Se sentía un poco tonta, pero lo hizo. De hecho, se sintió como aquella niña llorona de la canción que tenía la estrella Polar a sus pies. Twitteó al grupo para felicitarles por el éxito que estaba generando el single sin esperanzas de ser respondida. Salió de casa, y al volver, se encontró con un mensaje de ellos que la llenó de esperanza en un día tan triste para ella. Un gesto tan sencillo con aquél consiguió dibujar una sonrisa en su cara.



Y ahora, -octubre del 2011-, Mar no tiene el nuevo disco en sus manos (Cometas por el cielo) porque la economía familiar no admite hoy por hoy ni una pequeña excepción, pero el amigo Spotify se ha encargado de presentarle las nuevas creaciones de su grupo favorito mientras los Reyes Magos barajan la posibilidad de regalarle el CD de una vez por todas. Mar ha vuelto a llorar, a reír y a soñar, y sólo tiene una palabra para acoger tantos sentimientos encontrados: gracias.

Y esa chica, Mar, -que por si no se habían dado cuenta no es otra que una servidora-, seguirá siendo fiel a su grupo pase lo que pase. Sabe que son chicos auténticos a los que no se les ha subido la fama; que se mantienen con los pies en la tierra y les gusta sentirse cercanos a sus fans. No pretendo mitificarles, -y miren que me cuesta evaluar sus canciones de forma objetiva-, pero tengo muchos motivos para creer que conforman uno de los mejores grupos del panorama musical español. 



"La Oreja de Van Gogh" es capaz de erizarte la piel con un alarde de energía instalada a escondidas entre verso y verso, pero también puede conseguir que una lágrima perezosa se atreva a empaparte la cara. Sabe hacerte reflexionar sobre temas muy delicados, porque tiene la habilidad de tratar con  profundo respeto asuntos de plena actualidad que a muchos les duele recordar. Y, sobre todo, La Oreja de Van Gogh sabe hacerte soñar con un mundo mejor, con un paseo por Manhattan, con el reencuentro de una pareja de enamorados en una playa e incluso con la mismísima Bruja Avería. "La Oreja" sabe hablar de ilusiones, de noches en vela y  de amores dormidos.

Y es que, mientras quede por decir una palabra, yo mantendré la esperanza debida de poder tomarnos aquel café que espero a veces... sin entender por qué. 

Gracias, "Oreja". Gracias por todo.