“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

miércoles, 26 de febrero de 2014

La vida iba en serio

Hoy hace 20 años que vine a este mundo. Y digo a este, porque con lo rara que soy a veces no me extrañaría nada que estuviera yo en un mundo distinto antes de llegar a este, inmersa en mi pompa, flotando en la nube antes de que un dedo me señalara y una voz me dijera: "¡tú, para la Tierra!".

El caso es que sí, al final me tocó este mundo. Llegué la madrugada del 26 de febrero de 1994, con casi 4 kilos encima y mucho frío, rodeada de niños berreantes y gente que me miraba continuamente y me ponía baberitos. Todo muy guay.



Cuando llegas a este mundo, te las prometes muy felices. Todos te cantan, te acunan, te hacen carantoñas, te compran muñequitos para que te rías y te dan el biberón. Y piensas "hosti, qué guay. Qué chollazo esto de estar aquí, siendo el centro de todas las miradas y viviendo a cuerpo de reina". Pero no. No, no. Creces, y te vas dando cuenta de que la cosa es más complicada de lo que pensaste (o bueno, intuiste inconscientemente, porque los bebés no piensan) al llegar aquí. Y claro, se monta un buen drama. Un drama total.

La verdad es que mi infancia fue muy bonita. En ese aspecto no me puedo quejar en absoluto. Tuve todo lo que un niño debería tener: una familia que se preocupaba por mí y me hacía feliz, mis necesidades básicas cubiertas, mis amiguitos y, sobre todo, una desbordante imaginación que me hacía pasarme horas y horas leyendo, dibujando, inventando miles de historias. Porque ahora no tanto, pero cuando apenas me alzaba dos palmos del suelo yo tenía mucha, muchísima imaginación. Los demás niños soñaban con tener unos patines o montar en bici, y yo era feliz con mi bloc de dibujo y mis acuarelas, mis libros de Manolito Gafotas y mi maletín de médico lleno de chismes de toda clase. Y así pasaba el tiempo, jugando, recortando, coloreando, imaginando ser profesora, o médico, actriz, modelo o cantante. Iba yo para artista, sí, pero me quedé en el camino. O no. 

Fueron buenos tiempos.

Pero luego llegó la temible adolescencia. Sí, esa etapa de mi vida que no fue precisamente agradable. La verdad es que hoy no me apetece hablar de ella, creo que ya lo he hecho demasiadas veces. Además, por si nadie se había dado cuenta, estoy tratando de quitarle hierro al verdadero asunto, que son los veinte años como veinte castañas demoledoras en todo lo alto que me acaban de caer. Ojocuidao.
Sin embargo, no sería justo omitir esta parte de mi vida así, sin más, porque aprendí demasiadas cosas durante ella. ¿Qué tengo que decir al respecto? Que fueron años duros, sí. Pero le eché narices, que nunca está de más recordarme a mí misma mis propios méritos. Me marqué unos objetivos, y tiré para adelante con ellos. Y sí, hubo días malos. Jodidamente malos. Y también hubo momentos de bajón, lágrimas y muchos más relatos indeseables que no quiero recordar precisamente ahora. Pero me alegro inmensamente, de verdad, de haberme mantenido fiel a mis principios hasta el final, hasta que dejé el instituto y supe que aquella etapa había acabado. Habrá de transcurrir algún algún tiempo hasta que pueda volver a pasar por la puerta sin que se me tuerza el gesto, pero lo importante es que lo conseguí, que salí victoriosa de esa batalla a pesar de todo, que mi esfuerzo valió más que la incomprensión de muchos.

Y luego, llegó la universidad.

Y con la universidad, llegaron nuevas personas.
Llegaron nuevas experiencias.
Llegaron nuevas aventuras y desventuras.
Llegaron nuevos momentos por vivir.

Al principio era todo muy guay, como ese día en el hospital en el que todos me miraban mientras hacían el pico de un patito con una mano. Pero claro, luego la cosa se va complicando. Y cuando digo "la cosa", no me refiero a esto, sino a la vida en general. 

Bromas aparte, empecé a tener problemas propios de la gente adulta, y precisamente entonces me di cuenta de que la vida iba en serio.

Me dí cuenta de lo que es trabajar para ganarte un sueldo, por miserable que sea, día a día. Y puede que para ello tengas que aguantar carros y carretas, pero debes mantenerte firme, porque es lo que toca. 
Me dí cuenta de que nadie está exento del dolor o la enfermedad, que incluso las personas a las que más quieres son vulnerables a ello, y aunque te cueste asimilarlo, debes hacerlo tarde o temprano. 
Me di cuenta de que papá y mamá, aunque los quiera con locura, no van a ser los que siempre estén ahí para solucionar mis problemas o darme una respuesta. Debo ser yo la que empiece a tomar mis propias decisiones, a pensar qué caminos tengo que tomar.

Pero no todo fue tan sumamente terrible y desconcertante. También me di cuenta de una cosa muy importante, y es que la vida está para vivirla. Qué narices. Nos pasamos el día delante de la pantalla del ordenador, sujetos a la rutina, a lo que se supone que está establecido, porque no hay otra. ¿Y qué hay de las emociones, de esas experiencias inolvidables que un día recordaremos al sonreír frente a una fotografía? Pienso que quizás, con tanta madurez se me ha olvidado vivir. En mis momentos de felicidad siempre ha habido un pero. Siempre. Y así, es muy difícil disfrutar plenamente de lo bueno de la vida, de las personas a las que quieres. Pero claro, a veces no es culpa tuya que las cosas sean así. Y en mi caso, puedo asegurar que yo he puesto de mi parte para tratar de ver las cosas de otro modo y aprovechar los buenos momentos, pero las oportunidades no siempre se presentan.

De todas formas, quiero empezar a ser más optimista, más despreocupada y alegre, y me temo que sólo podré conseguirlo si la vida me deja. Porque voluntad tengo de sobra.

Quisiera dedicarle unas palabras a las personas que han formado parte de mi vida o que tienen un hueco en mi memoria después de estos 20 años. Muchas de ellas ya no están, pero quizás si no las hubiera conocido no sería quien soy ahora.

A mis abuelos, Concha y Pedro. Gracias por vuestro inmenso cariño, por vuestras poesías, por el inmenso amor con el que siempre me tratasteis. Os tengo siempre muy presentes.

A mis padres, por estar siempre ahí. Porque sois mi verdadera familia, porque habéis luchado tanto por mi que no sé cómo agradecéroslo. Sé que a veces tenemos nuestros más y nuestros menos, pero por encima de todo, os quiero mucho, muchísimo.

Al resto de mi familia, porque aunque algo ausente, me han demostrado un gran cariño.

A mon petit-grand prince. Por tantas cosas que sólo él sabe. 

A Carmen, por haberme enseñado tanto por ser tan increíblemente especial.

A mis antiguos amigos del colegio. Aunque sólo mantengo el contacto con uno de ellos, al que le tengo un gran cariño, pasé muy buenos momentos con ellos imposibles de olvidar.

A mis amigos de ahora. Aunque no se trata de una lista muy extensa, para mí es suficiente, porque han estado en mis momentos más bajos, pero también han compartido mis risas. Y dentro de esta lista, sería imposible olvidar a vosotros, todos los del blog, por ser siempre los que estáis ahí, dispuestos a leerme aunque a veces me dé a la fuga. Porque sois un grupo estupendo, una gente increíble con la que me siento muy, pero que muy bien. Un besito especial para Naar, Jose, Pimiento, Tomate y Mandarica. Que os quiero mucho, mucho (aprovechad, que hoy estoy sensible).

A los grandes profesores que he tenido a lo largo de mi vida, gracias por vuestro apoyo y por vuestras lecciones.

A mis amores de juventud, que aunque breves y ya muy ausentes, me hicieron inmensamente feliz.

A los que me hicisteis daño, a los que os disteis media vuelta, a los que intentasteis minar mis ilusiones, por hacerme más fuerte cada día.

Y a los que me hacéis sonreír, por permitir que me dé cuenta cada día de lo que ya intuí aquel 26 de febrero en la cuna del hospital: que la vida, aunque triste y sombría en muchas ocasiones, es bonita y merece la pena.

¿Hace un trocito de tarta?




NOTA: A lo mejor no lo habéis notado, pero esto de cumplir 20 años no es que me haga mucha gracia. Primero, porque quedan muy lejos mis años dando saltos en el Chiqui Park, engullendo bocadillos de Nocilla y viendo Sakura al llegar del cole. Y segundo, porque hoy me llegado una postal de Naar en la que me dice (y cito textualmente): "Hazme caso y disfruta, porque pronto tendrás 30". Señores, esto va muy rápido. Que alguien me traiga un Kit-Kat, lo necesito urgentemente.

viernes, 21 de febrero de 2014

Volar


Eran las cinco de la mañana cuando Raquel encendió el octavo cigarrillo y le dio un trago largo a la botella de Black Daniels. Estaba sentada sobre el alféizar de la ventana, mirando a un cielo difícilmente estrellado por culpa de la contaminación en el que, sin embargo, una inmensa luna brillaba con luz propia. Javier la observaba desde el otro lado de la habitación, tumbado sobre la cama con una media sonrisa.

−Deberías venirte a la cama.

Ella giró su rostro lentamente hacia él, y sonrió maliciosamente. Misteriosa, se levantó y dirigió sus pasos hacia el chico, como un gato moviéndose en mitad de la noche. Le dio una calada al cigarrillo y comenzó a acariciar sus cabellos con la mano izquierda. El humo del tabaco envolvía el ambiente, trazando círculos sensuales que enmarcaban el cuerpo menudo pero imponente de Raquel. Ambos comenzaron a besarse apasionadamente… y cayeron.

Se conocieron dos semanas antes en un bar de copas. Javier no era un buen tipo, y Raquel aparentaba no darse cuenta de ello. Con mirada felina vigilaba cada uno de sus movimientos, insinuándose al ritmo de la música e instándole a invitarle a la última copa, quizás la penúltima. Pocos sabían que Javier se dedicaba a traficar con cocaína, y los que no lo sabían lo intuían. Aunque atractivo, su mirada intimidatoria y las compañías que frecuentaba revelaban que no era alguien de quien cualquiera se pudiera fiar. Incluso se rumoreaba que pasó una buena temporada en la cárcel por una pelea que terminó a navajazos a la salida de un club de alterne. Sin embargo, todos hacían la vista gorda y nadie le negaba la entrada en ningún establecimiento. Javier era sinónimo de una clientela selecta, inmensamente adinerada, aunque no por ello exenta de vicios y fichajes policiales.

Raquel tenía muy claro que aquel hombre sería su siguiente objetivo. Investigó sobre su vida y su pasado más reciente, contactó con sus amistades y le siguió la pista durante una larga temporada, hasta que finalmente decidió lanzarse. Está rayando la frontera entre el amor y la obsesión, comentaban por ahí.  Él no tardó en rendirse a sus encantos, ¿quién podría no haberlo hecho? Una mujer joven, sensual, rebelde, atractiva y dispuesta a pasar un buen rato sin compromiso era una presa demasiado fácil.

Sus caderas balanceándose, sus brazos rodeando su cuello, su aliento quemándole la piel, sus ojos verdes desnudando sus pensamientos, su pupila sedienta, clavada en él. Las insinuaciones precedieron a las carcajadas a pleno pulmón intercaladas con tragos de whiskey y el humo de los pitillos. Una copa, y otra, y tal vez otra más. Y qué guapa eres, y tú qué interesante, y qué ojos más profundos, pero mira que estás buena.

Terminaron en el coche de Javier, rumbo a su apartamento. Raquel miraba por la ventanilla, respirando el aire nocturno, sintiendo el fresco de la noche en la cara. Javier la miraba de reojo. Había dejado a sus contactos al mando de los encargos de la noche, y nadie le esperaba en casa. Tenía a una tía impresionante sentada en el asiento del copiloto, dispuesta a ser sólo para él, a hacer absolutamente todo lo que él le pidiera. Aquella noche prometía.

Llegaron al piso entre carcajadas. Ella con los zapatos de tacón en la mano, él con la chaqueta a las espaldas. Comenzó Raquel a desnudarse, voraz, intrépida y exultante. Javier la contemplaba desde el marco de la puerta, como el león que observa a su presa antes de lanzarse a su cuello. Y, efectivamente, se lanzó sobre ella sin escrúpulos, buscando saciar esa sed de pasión que llevaba sintiendo toda la noche.

A las cinco de la mañana, mientras Javier dormía, Raquel se levantó de la cama. Había llegado el momento que había estado esperando durante tanto tiempo, pero debía actuar con cautela. Cogió de la mesita de noche la botella de Black Daniels y el paquete de cigarrillos, y los colocó sobre el alféizar de la ventana. Después se encaminó hacia su bolso, rellenó la jeringuilla con una fuerte dosis de PEN TOTAL 2000 y la guardó en el cajón de la mesita. Seguidamente, se sentó, encendió el octavo pitillo y esperó a que Javier despertara. Justo entonces podría hacer lo que tanto había deseado.

Javier la encontró así, sumida en sus pensamientos, fumando de nuevo, como si se tratara de una chiquilla inocente que estaba en sus manos. Sólo para él. Se sintió extremadamente poderoso, y experimentó el deseo de volver a conseguir que nada se interpusiera entre su piel y la de ella.

−Deberías venirte a la cama.

Y cayeron, con esa sensualidad que Raquel fingía astutamente y que Javier aceptó como el mejor de los placebos. Minutos después, él volvió a quedarse dormido. Ella se había encargado de narcotizarlo con pequeñas dosis durante toda la noche, introduciendo los polvos mágicos en sus copas. Una, otra, y tal vez otra copa. Cuando despertó al cabo de una hora, Raquel se encontraba a los pies de la cama, totalmente vestida y de brazos cruzados.

−¿Qué pasa, princesa? Anda, vuelve a la cama –musitó Javier al encontrarla en una postura tan erguida.
Al ver que ella no reaccionaba, se levantó y comenzó a besarle el cuello y a manosearle el pecho. Raquel reprimió una arcada. Había tenido que acostarse dos veces con aquel impresentable, pero no podía reprimir el asco cada vez que se acercaba a ella. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos durante las dos últimas semanas por aparentar que estaba totalmente enamorada de él. Esa noche Javier la notaba fría y hierática, y decidió valerse de sus propios medios para hacerla entrar en calor.

−Princesa, como no vuelvas a la cama me voy a enfadar -sentenció con voz juguetona. –Ya sé lo que te pasa. Tú lo que quieres es divertirte un poco, ¿verdad? No te preocupes, cariño, que Javier tiene exactamente lo que necesitas para olvidarte de todo… y volar.

Sonrió él maliciosamente y sacó del bolsillo de la chaqueta tirada al suelo un sobrecito transparente que contenía una sustancia blanca. Javier lo agitó un par de veces, mirando a Raquel a los ojos. Ella permanecía impasible, esforzándose por no escupirle en la cara.

−Vamos, prueba un poco de esto. Te sentará bien…

Apenas se aproximó dos pasos a Raquel, ella lo agarró fuertemente por el cuello y acercó su boca a su oído.

−Escúchame bien, hijo de puta. Hace media hora te he inyectado una dosis de PEN TOTAL 2000 suficiente como para que te vayas al otro barrio dentro de unos quince minutos. Podría haber utilizado un método mucho más rápido, pero no quería mancharme las manos con un bastardo como tú. Además, quería tenerte frente a frente, decirte a la cara todo lo que llevo nueve años callándome.
Javier tenía los ojos completamente abiertos y las pupilas dilatadas. Su pulso comenzó a acelerarse cada vez con más rapidez, y los sonidos que le llegaban del exterior eran cada vez más difusos. Sin embargo, pudo escuchar las palabras de Raquel y alcanzó a arremeter contra ella a la par que descendía lentamente hacia el suelo.

−¡¿Qué has hecho, estúpida?! –sentenció mientras tosía con insistencia y respiraba cada vez más aceleradamente.

−La noche del veinticinco de mayo del dos mil cinco te cruzaste con una niña rubia, delgada, de diecisiete años, que celebraba su fiesta de fin de curso con sus compañeros del instituto. Estaban en un sitio tranquilo, para chicos de su edad, alejados de la gentuza como tú que se dedica a destrozar vidas ajenas. Los padres de la chica acababan de divorciarse, y ella había estado muy, pero que muy jodida durante los últimos meses. Aquella noche salió a divertirse por primera vez en meses, y todo iba bien hasta que tú, valiente cabrón, te acercaste a ella tratando de seducirla, con esa media sonrisa de chulo que tienes. –Raquel le escupió con desprecio y le propinó una patada en el estómago.

Javier se retorcía en el suelo. Casi había perdido la consciencia, pero el eco de la voz de Raquel, aunque lejano, llegaba a sus oídos como el fluir de la conciencia antes de que la muerte segara su vida.

−La llevaste a un lugar apartado, trataste de ganarte su confianza y conseguiste venderle una bolsa con diez gramos de cocaína. La probó, y por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz, liberada, como si fuera capaz de volar. –Raquel pronunció esta última palabra con sorna, acariciando lentamente cada letra con la lengua. Tomó aire, y continuó con su discurso acelerado- Durante los meses siguientes siguió consumiendo cada vez más, robándoles dinero a sus padres  con una facilidad sorprendente. Esa chica feliz, despreocupada y noble que un día fue había desaparecido, las drogas se la habían llevado con ella. Su familia descubrió lo que sucedía y decidieron llevarla a un centro de rehabilitación. Sin embargo, ya era demasiado tarde. La misma mañana de su traslado, cuando su madre entró en su habitación para recogerla, no la encontró allí. Miró en todas direcciones, pero su hija no se encontraba dentro. Había varias rayas blancas sobre la mesa de escritorio, y una nota escrita con una maltrecha caligrafía justo al lado. “Lo siento”, decía esa nota. –Raquel sollozó y estrujó con fuerza las mejillas de Javier, obligando a mirarla fijamente a los ojos- La madre, fuera de sí, volvió a mirar en todas direcciones, buscando algún indicio que la llevara a su hija. Y entonces, observó que la ventaba estaba abierta de par en par. Con el corazón en un puño, se asomó lentamente, ¿y sabes qué vio?

Javier estaba en las últimas. Apretaba con fuerza la muñeca de Raquel, mientras la miraba fijamente a los ojos, unos ojos inmensos que expresaban rabia, dolor y desprecio.

−¿¡Sabes que vio, maldito cabrón!? Vio el cuerpo de su hija en el jardín trasero, bañado en sangre. La noche anterior se metió una dosis tan grande que quiso alejarse de la realidad en la que había estado viviendo durante meses, de las peleas en casa y las visitas a los juzgados. Quiso volar… y se tiró por la ventana una noche de hoy hace justo nueve años. Quiso volar como un pájaro, sólo que ella nunca fue libre. Encontraron a su madre sentada en el alféizar de la ventana, con las manos cubriendo su rostro, llorando amargamente. “Mi hija ha muerto”, alcanzó a decir entre sollozos. ¿Y sabes quién era su hija? ¿¡Lo sabes!?

−N…no…no lo sé-musitó Javier con un hilo de voz.

−Su hija era Beatriz Galeón García, una niña que nunca le había hecho daño a nadie, una alumna excelente y una amiga cariñosa e incondicional… pero, por encima de todo, Beatriz era mi hermana pequeña, y te juro por ella que te vas a pudrir en el mismo infierno, y que te va a faltar eternidad para pagar por lo que has hecho.



Javier miró fijamente a Raquel antes de exhalar su último suspiro. Raquel se levantó lentamente, sacó una nota de suicidio del bolso y la dejó sobre la mesita de noche. Sin embargo, sabía que aquella coartada nunca funcionaría, pues había demasiadas huellas suyas en aquella habitación. Tal vez huiría del país y empezaría una nueva vida en otro país, con otra identidad. Y así, podría vivir aquello que Beatriz nunca pudo lograr, la vida que, como a tantas personas, le fue negada una noche en la intimidad de su habitación, mientras se entregaba al cielo nocturno y volaba.



miércoles, 12 de febrero de 2014

Julieta

Al primer amor.



Óyeme, Julieta.

Que nada sé ya de la tibieza de tu piel,
ni de la aspereza de tus labios.

Julieta misteriosa,
te perdiste entre mis años.
Por la playa medio divagas,
envuelta en recuerdos de ayer.

Te vieron por el puerto,
cabizbaja y mojada.
Niña torpe y desvalida,
si tropezaras,
¿quién te iría a recoger?

Julieta presurosa y tímida,
amor lejano y fantasioso,
eco de mi recuerdo tardío,
dulce maestra del querer.

No te pierdas por la ensenada,
que el helor hace mucho daño.
Mujer de paso firme y blanca tez...

¿Sabes, Julieta?

Anoche te vi en un sueño,
corriendo hacia la orilla,
gritándole a las gaviotas
todos los poemas
que no quisiste romper.

Y entonces,
desperté con tu voz cosida a la mía,
con la piel salada y reseca,
preso en las redes de tu cuerpo,
bañado en tu alma y tu ser.



lunes, 10 de febrero de 2014

De regreso

Volví.

Parece que, una vez más, los exámenes no pudieron conmigo, aunque mucho me temo que en esta ocasión mi esfuerzo no será recompensado como, humildemente, creo que merece. Es dura y desconocida la vida del estudiante entregado. Más allá de las ojeras en el rostro y los callos en las manos, se esconde un espíritu de superación que no siempre es valorado como debiera. Pero sabes, o al menos quieres creer, que aunque muchos no saben apreciar tus sacrificios, el hecho de haber podido demostrarte a ti misma una vez más que puedes hacerle frente a cualquier dificultad es la mejor recompensa. Me he demostrado tantas cosas en los últimos meses que poco me importan las opiniones de los demás.

A unas semanas de entrar en la veintena, me siento sorprendida ante lo rápido que pasa el tiempo. Ayer escribía mis primeras palabras sobre la mesa del cuarto de mi abuelo; hoy estoy en la universidad, imbuida con demasiada precocidad en los avatares de la vida adulta. Pero no me quejo, soy feliz. Feliz pese a todo, y pese a todos.

La vida es cambio y avance, fugacidad y lucha. Y yo he decidido hacer de mis palabras un arte.

Gracias por los ánimos, por las palabras de apoyo, por estar. Por todo.



Buenas noches, mundo. Es la hora de los valientes.