“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

lunes, 13 de mayo de 2013

Renacer

El alma helada, 
los ojos entrabiertos,
el rostro envuelto en un velo de desconfianza.
Así te encontré.

Las manos inmóviles,
las muñecas amoratadas,
el cuello surcado por arañazos.
Quiero borrar ese retrato de mi mente.

Me miraste,
me diste la mano 
y te levantaste.
Pero aun no caminabas.

Te faltaba un motivo,
una sola razón para vencer al olvido.
Te curé las heridas,
te abri los ojos,
sofoqué tu alma congelada,
desinfecté los arañazos que sangraban.
Y te escuché.

 Pero aun no caminabas.

Me inventé miles de historias para tí,
todas ellas banales
pero absurdamente cómicas.
Y tú, antentamente, me escuchabas.

Pero aun no caminabas.

Compuse dos canciones para tí,
te hice poemas, 
me grabé en video,
y te dibujé mientras dormías la siesta.
¡Sabré yo la de cosas que intenté por verte sonreir...!

Pero aun no caminabas.

Y un día, más triste que cansada,
me paré a pensar
qué era lo que realmente necesitabas.
Hastiada,
le dí mil vueltas a la cabeza,
repasé tus fotos
y lloré con la almohada.

Nada.

Nada.

Llega la mañana.
Abro la ventana, 
preparo el desayuno,
me doy una ducha,
abro la ventana.
Y me encuentro contigo.

Allí, a lo lejos,
estabas todo tú,
entero,
abriendo los ojos,
dedicándome tus miradas,
desprovisto de vendajes,
escuchando mis canciones,
gritando mi nombre,
viviendo.
 No podía creerlo,
amigo mío.

Tú... caminabas. Caminabas.

¡Caminabas!

Tenías el alma curada.