“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

miércoles, 20 de marzo de 2013

M y la alegría

Hay personas que pueden llegar a decepcionarte tanto que no se merecen ni que les dediques el más mínimo pensamiento. Quizás M pertenezca a ese grupo de personas que merecen ser olvidadas, pero en el fondo quiero creer que no es así. Hoy me apetece recordarla un poco, sólo un poco.

M no era la mejor amiga que se pueda tener, está claro. Éramos tan diferentes que a veces me pregunto cómo era posible que nos aguantáramos durante tanto tiempo. Sin embargo, no todo era malo. M era de esas personas que entraban en una habitación y le contagiaban su alegría y "salero" hasta a los muebles. Era fan de la copla, del flamenco, de Isabel Pantoja, de la Húngara y demás, algo que no tenía nada que ver conmigo. Le encantaba el color rojo, ir a la playa, tomar el sol, la fiesta, el tinto de verano, los perros y las mariquitas. Como estudiante no era nada responsable, pero hacía lo justo y necesario para ir aprobando. Se saltaba las clases con bastante frecuencia, a duras penas llevaba las tareas al día y no tenía interés alguno por las asignaturas, pero más de una vez consiguió un siete en un examen estudiando el día anterior. M tenía unos ojos verdes muy bonitos, quizás lo más atractivo de ella. Se ponía colorada tras media hora al sol y se bronceaba con una facilidad pasmosa. Le encantaba comprarse zapatos, detestaba los perfumes dulzones y adoraba la tortilla de patatas de su madre. La casa de sus abuelos era su paraíso particular, y a menudo subía a la Alcazaba de Almería, cosa que le gustaba mucho. 




A M le encantaba hablar y hablar, pero a duras penas escuchaba. Era el alma de cualquier fiesta, pero hablar con ella de cuestiones importantes era difícil. M se aprovechaba de mí, que era bastante estudiosa, y me robaba los apuntes. No entendía que fuera capaz de entrar a todas las clases, ni que en ese momento de mi vida no estuvieran las cosas como para que me fuera de fiesta por ahí. Yo, que en ese momento no me había espabilado del todo, tampoco entendía que ella, que estaba libre de preocupaciones y ataduras, tuviera las ganas de divertirse propias de una chica joven. Mis circunstancias eran muy diferentes a las suyas, por desgracia.

Tenía un ritmo y una vitalidad que contrastaban fuertemente con la tristeza y la apatía que yo sentía en aquella época, pero conseguía contagiarme algo de ese buen rollo. Era capaz de arrastrarme a la calle cuando estaba triste. Era capaz hasta de hacer la idiotez más grande con tal de verme reir.

M detestaba leer y no tenía la afición de escribir. Tampoco le gustaba el cine. Discutíamos tan a menudo, que mucha gente se creía que éramos enemigas a muerte. Podíamos pasarnos horas y horas picándonos la una a la otra:

-Te he dicho que no es así.
-Y yo te he dicho que sí, ¿por qué no me haces caso?
-Pero mira que eres cabezona. ¿Quieres hacer el favor de darte cuenta de una vez?
-Pero si está todo muy claro; eres tú la que no se entera.

Y así durante un buen rato.

M odiaba el inglés, aunque se llevaba un poco mejor con el francés. No soportaba la música clásica, pero estudiar historia o matemáticas no se le hacía tan cuesta arriba como otras cosas. Se llevaba bien con casi todo el mundo, y sonreía siempre por eso de no darles el gusto a quienes la criticaban de verla mal. Le gustaba cuidar de sus amigos y llevar la voz cantante. Se lo pasaba bomba haciéndoles ahogadillas a los demás en la playa, y se llevó más de una torta por utilizar la arena a modo de proyectil. Y tantas y tantas cosas más... podría escribir un libro entero sobre ella.

¿Por qué cuento todo esto? Porque M ya no es mi amiga. Hasta hace muy pocos meses lo era, pero ella ha tomado una decisión que ha condicionado totalmente su vida y su forma de pensar. M ya no es como la chica que yo he descrito; ha cambiado a peor. Y, sinceramente, yo ya no quiero nada con ella. Tan sólo espero que le vaya bien, nada más.

Sin embargo, pese a  lo diferentes que éramos, pese a nuestras peleas, pese a los disgustos, pese a todo, M me dejó muchas cosas buenas. Me enseñó a pasarme las opiniones malintencionadas de los demás por el Arco del Triunfo -ella utilizaba una expresión mucho más vulgar que no voy a poner aquí-, a disfrutar la vida, a vivirla con alegría, a no preocuparme en exceso por los problemas, a reírme de mí misma, a sonreír en los momentos difíciles. Y aunque la amistad que tuvimos se haya roto por las circunstancias de la vida, supongo que el tiempo se encargará de borrar de mi mente los malos momentos que pasamos juntas, dejándome tan sólo un recuerdo increible de los buenos momentos que hubo entre nosotras. De hecho, una de las primeras personas de las que me acordaré al pensar en mi etapa en el instituto será ella.



M, si tuviera aquí al ladito un tinto de verano brindaría por tí, o por la M alegre y despreocupada de aquella época. Que te vaya bien, muchacha.


¡Hasta pronto!