“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

miércoles, 1 de agosto de 2012

Estío

Calor. Calor asfixiante y una atmósfera cargada que me impide pensar con claridad. Suspiros. Agua sobre mis manos evaporada en cuestión de segundos. El "runrun" incesante del ventilador del ordenador. El eco de la televisión retumba en el cuarto, perdido, lejano. Gotas de sudor perlan mi frente. Un libro espera sobre la mesita de noche. Las dudas me asaltan de nuevo. Las pausas obligadas me cansan demasiado, pero a veces me siento incapaz de unir mis pensamientos dispersos mediante comas. 

Un extraño sopor se apodera de mí y mis dedos vacilan sobre los botones del mando a distancia. Escenas varias pasan ante mí veloces, irreverentes. La casa huele a fregasuelos. La calle es puro cemento y la sola idea de pisarla me derrite entera. Oasionalmente una ráfaga de aire fresco me devuelve a la vida. Entonces, cierro los ojos y me imagino perdida en una de esas playas paradisíacas que salen en el National Geographic. La pesadez de las palomas a lo lejos y el tubo de escape del coche tuneado del novio de la vecina me devuelven a mi barrio de siempre. Se oyen las persianas de las tiendas cerrándose con rapidez, como truenos. El cielo se va oscureciendo y a mí sólo me queda el maldito calor y la esperanza de que todo vaya mejor. Todo cambiará, seguro. Y con este pensamiento, abro mi libro y me abandono a su lectura; me sumerjo en historias ajenas que por unas horas me hacen volar y que me mantendrán despierta hasta la madrugada. Al día siguiente lamentaré las pocas horas de sueño, pero sueños, amigos míos, nunca me faltarán por cumplir.