“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

viernes, 13 de septiembre de 2013

Recuerdos del cole

Hace ya unos días que septiembre entró de nuevo en nuestras vidas, para tristeza de muchos y alegría de no tantos. Pero qué queréis que os diga, a mí me gusta este mes. Me gusta saber que todo va volviendo a la normalidad, que comienza a refrescar por las tardes (para suplicio de mi pobre garganta, eso sí) y que las tiendas se llenan de material escolar. Claro que se echan de menos las tardes en la playa, el calor estival, las siestas de dos horas y el bullicio de las noches de verano, pero cada época tiene su encanto.

Septiembre me trae muchísimos recuerdos, y entre todos ellos, quizás los más valiosos y entrañables sean los de la vuelta al cole. Yo iba a un colegio concertado muy pequeñito que está cerquísima de mi casa. Tan cerca, que estos días lo primero que oigo al despertar es el jaleo de los niños que salen al recreo. Es un colegio de monjas, pero no solo ellas dan clase; también lo hacen profesoras que no lo son. No es el típico colegio de monjas en el que se imparte una disciplina muuuuy estricta, para nada... Pero eso sí, las profesoras eran exigentes y puntillosas como pocas. Los trabajos habían de ser entregados perfectamente limpios y ordenados, sin tachones ni faltas de ortografía. Si no cumplían alguno de estos requisitos, habrían de repetirse las veces que fuera necesario. En aquel entonces yo no era de las mejores estudiantes y estas normas me crispaban los nervios, pero al entrar en el instituto agradecí que me hubieran enseñado a trabajar con esfuerzo, y a día de hoy intento seguir haciéndolo.

Recuerdo que el uniforme estaba compuesto por una falda de paño azul marino que picaba como un demonio, un polo blanco, una rebeca o jersey también azul marino y leotardos y zapatos a juego. Bueno, quien dice leotardos dice calcetines blancos. De hecho, yo era la única de la clase que llevaba calcetines largos en lugar de medias en pleno invierno, porque no soportaba el picor que me producían en las piernas. El uniforme de verano, más práctico, estaba formado por un pantalón corto azul marino, una camiseta blanca y tenis. Eso sí, el de invierno era horrorosamente feo: verde aguamarina, blanco y azul marino. Feo, pero feo con ganas.

Las clases eran amplias y luminosas, pero éramos una media de veinticinco alumnos por curso. El patio estaba enlosado en mármol, y no quiero ni recordar la de accidentes que se produjeron en él: caídas, tropezones, fracturas de huesos, brechas en la frente... Aquello era un verdadero hospital cuando tocaba hacer Educación Física. También había una fuente en la que nos dedicábamos a rellenar nuestros globos de agua en verano, y unas escaleras en las que nos sentábamos a repasar la lección si había examen después del recreo. Bueno, quien dice repasar la lección, dice bajarse el libro al patio y ponerse a hablar con todo el mundo. Cuando se acababa el recreo, las profesoras daban varias palmadas y teníamos que formar una fila para volver a clase. A veces este proceso nos llevaba más de quince minutos, y había días en los que a más de uno le costaba un buen castigo salirse de la formación.

Había que hacer la oración todos los días antes de comenzar la clase. La oración consistía en leer una historia sobre la amistad, la familia, el compañerismo y cosas así, y a continuación una Salve y un Padrenuestro. Ah, y también un ruego por alguna situación catastrófica que estuviera ocurriendo en el mundo, tipo terremoto, guerra, etc. La verdad es que esta parte no nos gustaba demasiado, sobre todo porque eso de tener que leer delante de la clase tan temprano era un verdadero suplicio. 

También había un coro al que teníamos que asistir a ensayar durante los recreos. Sí, sí, durante los recreos. A nadie le hacía gracia perderse el rato de descanso cantando canciones religiosas y soportando los gritos de Sor Emilia, pero no había más remedio que hacerlo. Cuando llegaba el día de la "actuación" (o sea, la misa), se la oía más a ella que a nosotros, porque ella cantaba delante de un micrófono y nosotros, pues no. Eso sí, después nos daba un Chupa-Chups, una bolsa de chuches o algún otro invento por el estilo para comprar nuestro silencio y asegurar nuestra fidelidad. Muy lista, ella.

En aquella época, yo iba a tres actividades extraescolares: catequesis, danza española e inglés. Debo decir que a día de hoy no tengo muy definidas mis creencias religiosas y no me llevo precisamente bien con las sevillanas, pero estoy estudiando Filología Inglesa. De algo le tenía que servir a mi madre el pastón que invirtió en las clases de la academia, digo yo.

Sin lugar a dudas, el mejor recuerdo que tengo del colegio está relacionado con mis amigos de entonces. Las mañanas de recreo, los juegos, los piques, las tonterías infantiles, las primeras salidas por la tarde, las bromas, las risas, los enfados, el descubrir, poco a poco, ese mundo adolescente que hasta entonces tan sólo habíamos vislumbrado. Tan solo mantengo el contacto con uno de mis amigos de entonces, al que le tengo un gran cariño. Del resto no sé gran cosa, pero igualmente espero que les vaya muy bien y que, como yo, también guarden buenos recuerdos del cole y de los buenos momentos que pasamos allí. Y por cierto, también me encantaba llegar de clase a las 5 de la tarde y merendar un bocadillo de Nocilla mientras veía Sakura :3


¿Cuál es vuestro mejor recuerdo de la época del colegio?


Un besazo