Hoy hace 20 años que vine a este mundo. Y digo a este, porque con lo rara que soy a veces no me extrañaría nada que estuviera yo en un mundo distinto antes de llegar a este, inmersa en mi pompa, flotando en la nube antes de que un dedo me señalara y una voz me dijera: "¡tú, para la Tierra!".
El caso es que sí, al final me tocó este mundo. Llegué la madrugada del 26 de febrero de 1994, con casi 4 kilos encima y mucho frío, rodeada de niños berreantes y gente que me miraba continuamente y me ponía baberitos. Todo muy guay.
Cuando llegas a este mundo, te las prometes muy felices. Todos te cantan, te acunan, te hacen carantoñas, te compran muñequitos para que te rías y te dan el biberón. Y piensas "hosti, qué guay. Qué chollazo esto de estar aquí, siendo el centro de todas las miradas y viviendo a cuerpo de reina". Pero no. No, no. Creces, y te vas dando cuenta de que la cosa es más complicada de lo que pensaste (o bueno, intuiste inconscientemente, porque los bebés no piensan) al llegar aquí. Y claro, se monta un buen drama. Un drama total.
La verdad es que mi infancia fue muy bonita. En ese aspecto no me puedo quejar en absoluto. Tuve todo lo que un niño debería tener: una familia que se preocupaba por mí y me hacía feliz, mis necesidades básicas cubiertas, mis amiguitos y, sobre todo, una desbordante imaginación que me hacía pasarme horas y horas leyendo, dibujando, inventando miles de historias. Porque ahora no tanto, pero cuando apenas me alzaba dos palmos del suelo yo tenía mucha, muchísima imaginación. Los demás niños soñaban con tener unos patines o montar en bici, y yo era feliz con mi bloc de dibujo y mis acuarelas, mis libros de Manolito Gafotas y mi maletín de médico lleno de chismes de toda clase. Y así pasaba el tiempo, jugando, recortando, coloreando, imaginando ser profesora, o médico, actriz, modelo o cantante. Iba yo para artista, sí, pero me quedé en el camino. O no.
Fueron buenos tiempos.
Pero luego llegó la temible adolescencia. Sí, esa etapa de mi vida que no fue precisamente agradable. La verdad es que hoy no me apetece hablar de ella, creo que ya lo he hecho demasiadas veces. Además, por si nadie se había dado cuenta, estoy tratando de quitarle hierro al verdadero asunto, que son los veinte años como veinte castañas demoledoras en todo lo alto que me acaban de caer. Ojocuidao.
Sin embargo, no sería justo omitir esta parte de mi vida así, sin más, porque aprendí demasiadas cosas durante ella. ¿Qué tengo que decir al respecto? Que fueron años duros, sí. Pero le eché narices, que nunca está de más recordarme a mí misma mis propios méritos. Me marqué unos objetivos, y tiré para adelante con ellos. Y sí, hubo días malos. Jodidamente malos. Y también hubo momentos de bajón, lágrimas y muchos más relatos indeseables que no quiero recordar precisamente ahora. Pero me alegro inmensamente, de verdad, de haberme mantenido fiel a mis principios hasta el final, hasta que dejé el instituto y supe que aquella etapa había acabado. Habrá de transcurrir algún algún tiempo hasta que pueda volver a pasar por la puerta sin que se me tuerza el gesto, pero lo importante es que lo conseguí, que salí victoriosa de esa batalla a pesar de todo, que mi esfuerzo valió más que la incomprensión de muchos.
Y luego, llegó la universidad.
Y con la universidad, llegaron nuevas personas.
Llegaron nuevas experiencias.
Llegaron nuevas aventuras y desventuras.
Llegaron nuevos momentos por vivir.
Al principio era todo muy guay, como ese día en el hospital en el que todos me miraban mientras hacían el pico de un patito con una mano. Pero claro, luego la cosa se va complicando. Y cuando digo "la cosa", no me refiero a esto, sino a la vida en general.
Bromas aparte, empecé a tener problemas propios de la gente adulta, y precisamente entonces me di cuenta de que la vida iba en serio.
Me dí cuenta de lo que es trabajar para ganarte un sueldo, por miserable que sea, día a día. Y puede que para ello tengas que aguantar carros y carretas, pero debes mantenerte firme, porque es lo que toca.
Me dí cuenta de que nadie está exento del dolor o la enfermedad, que incluso las personas a las que más quieres son vulnerables a ello, y aunque te cueste asimilarlo, debes hacerlo tarde o temprano.
Me di cuenta de que papá y mamá, aunque los quiera con locura, no van a ser los que siempre estén ahí para solucionar mis problemas o darme una respuesta. Debo ser yo la que empiece a tomar mis propias decisiones, a pensar qué caminos tengo que tomar.
Pero no todo fue tan sumamente terrible y desconcertante. También me di cuenta de una cosa muy importante, y es que la vida está para vivirla. Qué narices. Nos pasamos el día delante de la pantalla del ordenador, sujetos a la rutina, a lo que se supone que está establecido, porque no hay otra. ¿Y qué hay de las emociones, de esas experiencias inolvidables que un día recordaremos al sonreír frente a una fotografía? Pienso que quizás, con tanta madurez se me ha olvidado vivir. En mis momentos de felicidad siempre ha habido un pero. Siempre. Y así, es muy difícil disfrutar plenamente de lo bueno de la vida, de las personas a las que quieres. Pero claro, a veces no es culpa tuya que las cosas sean así. Y en mi caso, puedo asegurar que yo he puesto de mi parte para tratar de ver las cosas de otro modo y aprovechar los buenos momentos, pero las oportunidades no siempre se presentan.
De todas formas, quiero empezar a ser más optimista, más despreocupada y alegre, y me temo que sólo podré conseguirlo si la vida me deja. Porque voluntad tengo de sobra.
Quisiera dedicarle unas palabras a las personas que han formado parte de mi vida o que tienen un hueco en mi memoria después de estos 20 años. Muchas de ellas ya no están, pero quizás si no las hubiera conocido no sería quien soy ahora.
A mis abuelos, Concha y Pedro. Gracias por vuestro inmenso cariño, por vuestras poesías, por el inmenso amor con el que siempre me tratasteis. Os tengo siempre muy presentes.
A mis padres, por estar siempre ahí. Porque sois mi verdadera familia, porque habéis luchado tanto por mi que no sé cómo agradecéroslo. Sé que a veces tenemos nuestros más y nuestros menos, pero por encima de todo, os quiero mucho, muchísimo.
Al resto de mi familia, porque aunque algo ausente, me han demostrado un gran cariño.
A mon petit-grand prince. Por tantas cosas que sólo él sabe.
A Carmen, por haberme enseñado tanto por ser tan increíblemente especial.
A mis antiguos amigos del colegio. Aunque sólo mantengo el contacto con uno de ellos, al que le tengo un gran cariño, pasé muy buenos momentos con ellos imposibles de olvidar.
A mis amigos de ahora. Aunque no se trata de una lista muy extensa, para mí es suficiente, porque han estado en mis momentos más bajos, pero también han compartido mis risas. Y dentro de esta lista, sería imposible olvidar a vosotros, todos los del blog, por ser siempre los que estáis ahí, dispuestos a leerme aunque a veces me dé a la fuga. Porque sois un grupo estupendo, una gente increíble con la que me siento muy, pero que muy bien. Un besito especial para Naar, Jose, Pimiento, Tomate y Mandarica. Que os quiero mucho, mucho (aprovechad, que hoy estoy sensible).
A los grandes profesores que he tenido a lo largo de mi vida, gracias por vuestro apoyo y por vuestras lecciones.
A mis amores de juventud, que aunque breves y ya muy ausentes, me hicieron inmensamente feliz.
A los que me hicisteis daño, a los que os disteis media vuelta, a los que intentasteis minar mis ilusiones, por hacerme más fuerte cada día.
Y a los que me hacéis sonreír, por permitir que me dé cuenta cada día de lo que ya intuí aquel 26 de febrero en la cuna del hospital: que la vida, aunque triste y sombría en muchas ocasiones, es bonita y merece la pena.
¿Hace un trocito de tarta?
NOTA: A lo mejor no lo habéis notado, pero esto de cumplir 20 años no es que me haga mucha gracia. Primero, porque quedan muy lejos mis años dando saltos en el Chiqui Park, engullendo bocadillos de Nocilla y viendo Sakura al llegar del cole. Y segundo, porque hoy me llegado una postal de Naar en la que me dice (y cito textualmente): "Hazme caso y disfruta, porque pronto tendrás 30". Señores, esto va muy rápido. Que alguien me traiga un Kit-Kat, lo necesito urgentemente.
Ay, mi niña preciosa. Lo jodido es que me gustaría decirte otra cosa que no fuera que los 30 están a la vuelta de la esquina, pero es lo cierto. Yo recuerdo perfectamente cuando cumplí los 20. No estaba en mi mejor momento, pero me sentía de forma muy parecida a ti. tenía mucho detrás y no sabía qué por delante. pero joder, qué bueno fue casi todo. Los primeros años de la veintena fueron lo más feliz que he vivido nunca y aún hoy me agarro a esos recuerdos de vez en cuando. así que no temas por haber abandonado el chikipark, lo mejor empieza ahora.
ResponderEliminarMil felicidades pequeña y gracias por nacer, es una maravilla y una esperanza que haya gente como tú en el mundo, tan joven y tal bellísima por dentro y por fuera. Te quiero y lo sabes.
Antes de nada, ¡lo de malaje ya te venía de pequeña! si tenías una mirada de "tio echa ya la foto o te meto" jajaaj Muchísimas felicidades, para mí la edad es lo de menos, lo importante es mantener a nuestro Peter Pan siempre jajaj vendrán golpes, putadas y todas esas cosas de la vida, pero mientras decidamos que lo importante son los momentos felices, lo demás da igual. Muchos besos y pasa un cachillo de tarta! de chocolate a ser posible :P
ResponderEliminarQué razón tiene Naar, yo hace nada estaba en los 20 y a finales de año ya me caen los 27. Y dirá ella, "anda y que os den que yo tengo más". Pues eso. Disfruta todo lo que puedas y lo que te dejen, y sobre todo no pierdas el tiempo en lamentarte, que eso es tiempo perdido doblemente. Te mando un abrazo, y que sepas que tú eres nuestro regalo. Biquiños!
ResponderEliminarMuchísimas felicidades, la vida es una suma de experiencias y lecciones, unas se aprenden mejor y otras se suspenden, pero hay repesca, se puede recuperar el suspenso :-) Un besazo!
ResponderEliminarJajajaja, Naar tiene muchísima razón. Yo aún estoy lejos de los 30 porque estoy hecho un yogurín, pero doy fé de que los 20 pasan a toda leche y sin que casi te des cuenta :P
ResponderEliminarEs difícil decirlo hoy en día, pero yo también creo que la vida está para disfrutarla, aunque a veces pida mucha paciencia y se haga mucho de rogar. A mí me pasa un poco como a ti y, mirando en retrospectiva, siempre queda la sensación de poder haber exprimido aún más los buenos momentos, que no son demasiados. Pero es simple cuestión de mirar hacia atrás, no creo que sea así del todo. Creo que la vida nos enseña precisamente a saber disfrutar en el momento de las cosas que merecen la pena. Aunque después la nostalgia nos gane un poco a veces.
Disfruta de los 20 y de todo lo bueno que te quede por vivir, que será muchísimo, ya lo verás :)
Besines, Mar!!!
Eres de la edad de mi hijo el PEQUEÑO, :)
ResponderEliminarVeinte años, pero por cómo te expresas también parece que fueras más mayor.
Nena, disfruta y estudia. Y es cierto el tiempo vuela.
Felicidades y un fuerte abrazo.
Menudo repaso. Escribes muy bien, sigue en ello.
ResponderEliminarDisfruta Mar, al fin y al cabo, los años pasan, pero las experiencia que vivimos se quedan para siempre y tenemos que ser capaces siempre de ver el lado bueno de las cosas y no olvidarnos de vivir.
ResponderEliminarSigue así, hacia nuevas metas y nuevas fronteras, escribe, imagina, llora, rie, vive :)
Un besito guapa!
Muchas gracias a todos, chic@s! Gracias por las bonitas palabras, por los sinceros deseos y por estar a mi lado un año más. Y por tantas y tantas cosas... GRACIAS.
ResponderEliminarUn besazo enorme para cada uno de vosotros. :3
Eres una bellísima persona, que no se te olvide. Espero que seas muy feliz y sigas tu camino de la vida luchando con tantas ganas y tanta fuerza. Tu blog me encanta. Un beso de Agustin :)
ResponderEliminarAgustín, mi amigo de toda la vida :)
EliminarGracias, por todo. Un beso enorme