“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

domingo, 27 de octubre de 2013

La actriz



A veces sólo necesitas un respiro. Frenar ese torbellino imparable que es el día a día, y pararte a pensar.

¿Qué quiero? ¿Qué es lo que quiero yo ahora mismo?

No es una pregunta fácil en absoluto. Es engañosa, tremendamente engañosa. Porque tendemos a confundir lo que queremos con lo que nos conformamos, y se trata de conceptos muy diferentes. 

La vida avanza, y avanza, y sigue su curso. Y no te espera. No te pregunta si quieres ir más de prisa, o más despacio. A la vida no le puedes preguntar "¿cuánto falta?", como cuando ibas en el asiento delantero del coche camino al pueblo de tus padres. La vida hace y deshace, pone pruebas y las quita, pero no tiene en cuenta tu opinión. Simplemente sigue su curso, con sus inconvenientes y maravillas. A la vida no le importa si eres más fuerte o más débil, sólo se limita a hacer su único trabajo: proyectar ante tus ojos una película de variable duración en la que tú decides qué papel (o papeles) vas a interpretar.

A pesar de ser joven, a mí ya me han tocado algunos de los papeles más difíciles, pero eso fue hace tiempo. Ahora tengo un papel diferente, no tan conflictivo, pero duro de representar. Es el papel de mujer paciente, que aguanta estoicamente el día a día sin rechistar. Yo no lo sabía, pero el día que firmé este contrato, también acepté estar de acuerdo con el hecho de que no podría quejarme si una situación me desagradaba. Mi papel consistía en ver, oír  y callar. Y aguantar, aguantar muchísimo. Claro, cuando llegaba por las noches a casa, cansada, fatigada del duro día de ensayo, desmotivada por el comportamiento de algunos de mis compañeros de reparto, no veía el momento de cambiar el guion. Así que me puse en contacto con la directora.

La actriz, cansada de su papel, reflexiona en su camerino

-Me gusta el teatro y soy feliz con algunos compañeros de reparto que me tratan bien, pero no me gusta este papel. Estoy cansada de aguantar demasiadas cosas que me están haciendo daño. ¿Por qué me elegiste para esto? ¡Sabes perfectamente que estoy cansada de papeles dramáticos!

Y entonces, la directora, que no es otra que la vida que me ha tocado vivir (todos tenemos una y debemos sentirnos afortunados por ello) me dio una oportunidad. Me dijo que podía hacer ciertas modificaciones en el papel actual, pero no cambiarlo, porque era el que me había asignado ahora, y por algo sería. Así que decidí cambiar algunas cosas, hacer cambios decisivos para que este papel no termine por consumirme. Mi personaje ya no tendrá que aguantar más de la cuenta, ni callarse ante las situaciones en las que la ataquen. Mi personaje ahora es más libre, más seguro de sí mismo y más entero. Claro que tendrá que seguir enfrentándose a escenas muy complicadas, pero... también eso estaba en el contrato. 

Cuando realmente me siento a gusto con mi trabajo es cada noche, cuando repaso el guion del día siguiente y me preparo para representarlo de la mejor manera posible. Sólo cuando sueño, cuando cuelgo la ropa de vestuario y me entrego a mis pasiones, la actriz da paso a la mujer que se desnuda lejos de los focos y pisa con paso firme.


martes, 22 de octubre de 2013

Carta a mi universidad

Querida UAL:

Me quitas las ganas de seguir aprendiendo, de crecer como estudiante, pero no lo conseguirás. Me agobias diariamente con tu extenuante hedor de cloaca proveniente de tus baños, con tus plagas diarias de moscas y tus colas interminables en la biblioteca para acceder a un portátil. Me cansan los discursos matutinos de tus profesores, lentos y aburridos en su mayoría. Detesto el corporativismo que se huele por tus pasillos, el desdén con el que se mira al estudiante que no camina por el sendero de “lo correcto” y la apatía con la que invitas a todo aquel que lucha por superarse a retirarse.

Preocupada por la situación en la que se encuentra la educación en mi país, empecé a colaborar en el Consejo de Estudiantes para intentar ayudar en lo que fuera necesario. Sin embargo, la estupidez y la desidia de muchos de tus estudiantes, que prefieren dormir en sus camas y permanecer impasibles ante la oscura realidad que tenemos que vivir antes que hacer algo por solucionarlo, me hicieron dudar. Me pesa que no recompenses al estudiante trabajador, y que desoigas las quejas de todo aquel que te reclama cuando algo está mal, cuando es víctima de una injusticia.

Yo no te pago por examinarme, te pago por aprender. Te pago por recibir unos servicios, una atención y una calidad en la enseñanza que no estoy recibiendo. Y, pese a todo, año tras año sigues vaciando mis bolsillos, habida cuenta de tu ignorancia.

Luce esa magnífica fuente recién construida en mitad de tu campus con el dinero que se debería haber empleado en contratar más profesorado, más medios de enseñanza, más material educativo. Sigue presumiendo de ser Campus de Excelencia Agroalimentario. Continúa asignándote medallas, logros vanos. Sigue haciéndonos vivir en una mentira. La realidad es que poco te importa el esfuerzo de tus estudiantes. No hay calidad en tus aulas, ni te responsabilizas de todos aquellos que han de ser expulsados por no poder cumplir con los pagos. Supondrás que eso no es asunto tuyo, pero te equivocas. Todo aquel que está matriculado en tus aulas es de tu competencia, y debes responsabilizarte de él. El alumno que se enfrenta al Defensor Universitario lo hace movido por la injusticia, por ser víctima de la dejadez y la burla de muchos.


No eres la Universidad en la que quiero estudiar, ni proporcionas la educación que deseo ni para mí ni para mis hijos. Sin embargo, eres la única opción que tengo ahora mismo para intentar formarme, para crecer como estudiante. Tan sólo ocúpate de sentar las bases académicas. De los valores y los principios, claro está, ya me ocuparé yo. Siempre he querido superarme, como persona y como estudiante, y puedes estar segura de que tu incompetencia no me paralizará.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Busco un sueño

-Busco un sueño -sentenció el joven al entrar en la sala de objetos perdidos. La encargada, una señora de mediana edad, con un pañuelo al cuello y unas gafas que luchaban por no resbalarse de su puntiaguda nariz le miraba con incredulidad. 
-¿Cómo dices? 
-¿No es esta la oficina de objetos perdidos? Mi nombre es Marc, soy estudiante y estoy buscando mi sueño. Creo que se me ha perdido. 
-Muchacho, hay mucho lío por aquí. Te sugiero que te vayas a molestar a otra parte- La encargada se dio media vuelta e hizo ademán de ordenar varias carpetas-. 
-Señora, le estoy hablando de algo importante para mí. Yo tenía un sueño... de hecho, ¿quién podría no tenerlo? Un sueño de esos que se construyen solos, desde que somos niños, y que nos acompañan durante el resto de nuestras vidas hasta que, finalmente, logramos alcanzarlos. Sin embargo, yo no estoy muy seguro de saber cuál es el mío. Yo no soñaba con ser médico, ni astronauta, ni bombero. Tan sólo escribía, tanto que en ocasiones no era capaz de diferenciar la realidad de mis propios cuentos. 
-Chico, no tengo tiempo para atender tu... reclamo. Verás, es muy interesante tu historia. Realmente conmovedora, sí. Pero me parece que te has equivocado de lugar. En esta oficina se atienden las demandas de objetos perdidos: bicicletas, monederos, ordenadores, agendas... Aquí han ido a parar los objetos más extravagantes que puedas llegar a imaginar. Incluso un día se acercó un caballero preguntando por una iguana que, al parecer, se había perdido en una estación de trenes. Imagínate. Pero nunca, jamás, en los veinticinco años que llevo trabajando en este lugar, ha aparecido nadie reclamando un sueño. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.

El joven comenzó a deambular entre las cajas repletas de libros y DVDs con gesto atribulado. Aquella señora tan arisca no había sido capaz de entenderle. Y, al fin y al cabo, ¿quién podría ser capaz de hacerlo? Marc no era un chico corriente. Era capaz de ver más allá, de analizar con sumo detalle cada situación, con los ojos de quien se sabe vencedor antes que vencido. Pero le faltaba un sueño, sólo uno. ¿Viajar, investigar, pintar...? ¿Qué debía hacer? Tampoco la escritura había logrado satisfacerle en los últimos tiempos. A duras penas era capaz de garabatear una cuartilla, y en las pocas ocasiones en las que el bolígrafo lograba escribir -como guiado por los dioses- alguna palabra, ésta era tachada ante la expresión impotente del chico. No, no era suficiente. Debía escribir algo realmente bueno, y no se sentía capaz de hacerlo. Entonces, ¿qué debía hacer? ¿A quién podía recurrir? 

-Veo que sigues por aquí -anunció la encargada a modo de amargo saludo tras volver del almacén. Marc estaba sentado sobre algunas de las cajas, ojeando libros polvorientos que, quién sabe, habrían pertenecido a infinidad de entregados lectores. Ella, conmovida por su ingenuidad juvenil, decidió sentarse a su lado. Se sacudió la falda, suspiró, y le miró. 
-Creo que será mejor que me vaya de una vez- dijo Marc, esbozando una tímida sonrisa. 
-No es tarea fácil ser un soñador en este mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento para los luchadores, muchacho. Cuando eres joven, crees tener la fortaleza suficiente para enfrentar cualquier reto. Y, de hecho, la tienes. Como bien has dicho, algunos saben desde pequeños qué quieren hacer con sus vidas, y otros tantos, como tú, aún no lo han decidido y navegan en un mar de dudas. Lo veo en tus ojos, llenos de incertidumbre. -Marc miró hacia el suelo, aturdido- Sé que de nada servirá que te diga que tienes toda la vida por delante para descubrir qué es lo que realmente quieres hacer, porque muy probablemente la impaciencia te esté consumiendo. De otro modo, no estarías aquí, acogiéndote a la vana respuesta de una simple funcionaria de la oficina de objetos perdidos. Sin embargo, te daré un consejo, un buen consejo. 
-¿Un consejo?  
-Eso es. Creo que podría ayudarte. 
-La escucho. 
-Bien. Creo que poco te interesarán las aventuras y experiencias de juventud de esta vieja que refunfuña más que habla. Pero créeme si te digo que yo sí tenía un sueño.  
-¿Cómo consiguió encontrarlo? -Marc le miraba con expresión de sorpresa. 
-No lo encontré. Él me encontró a mí, y desde entonces no ha dejado de acompañarme. Yo quería ser escritora. Me encantaba leer y podía pasar horas y horas tratando de escribir poemas, relatos... Cuando me has dicho que escribías, has despertado un sentimiento que creía adormecido. Escribía con pasión, con entrega. Me dejaba la piel en cada escrito... pero eran otros tiempos, tiempos difíciles para una mujer que, además, debía casarse y formar una familia. Y mi sueño de escritora se rompió en pedazos, como tantas y tantas cuartillas que acabaron en la basura.

El joven la miraba impertérrito. No habría podido imaginar que aquella señora que fruncía el ceño con tanta frecuencia cobijara el alma ambiciosa y libre de un escritor.

-Lo que quiero decirte con todo esto es que un sueño, una vocación, no es algo que se elija. Se trata de aquellas cosas que realmente nos hacen felices, aquellas que hacemos sin pensar, como dibujar, ayudar a los demás o preparar un pastel. Y sabemos que realmente nos pertenecen cuando las hacemos nuestras, sin importar lo que nadie pueda decirnos al respecto. Para una actriz no resulta vergonzoso desnudarse en el escenario, como tampoco será indecoroso para el artista dibujar su cuerpo desnudo. Tampoco el escritor se avergonzará de sus historias de ensoñación y melancolía, porque cree en ellas. Él las ha creado, son producto de sus desvelos y de su imaginación, ¿entiendes? 
-Entonces... ¿soy yo el que debe decidir cuál es mi sueño? 
-Exactamente. Dices que te gusta escribir, que disfrutas con ello. Pues bien, sigue adelante y defiende tu habilidad siempre que puedas. Cree en ti y en tu trabajo, o nadie más lo hará. Muchas veces te frenará el papel en blanco y la incredulidad de muchos, pero eres tú el que deberá continuar, el que debería ser fiel a su obra. 
-Señora, no tiene ni idea de lo que acaba de hacer. Acaba de salvarme. 
-Eres demasiado joven como para dejarte vencer por el desánimo y la desidia que impera en nuestros días. Ya tienes tu sueño. Ahora, defiéndelo, y escribe todos los días, siquiera unas palabras. Y puede que, algún día, dentro de muchos años, uno de tus libros figure en el registro de esta oficina por el olvido de un lector atolondrado.

Marc le dio las gracias a la encargada, se puso en pie y se marchó, lleno de ilusiones y proyectos. Adela le contemplaba, satisfecha, desde el mostrador.

-Si tan solo... si tan solo me hubieran dejado escribir unas líneas...-murmuró silenciosamente a la par que una lágrima huidiza se escapaba de su ojo y se deslizaba  lentamente por su huesuda mejilla.
               

jueves, 10 de octubre de 2013

Cazamariposas


¿Por qué?
¿Por qué, por qué, por qué?
¿Por qué no puedo escribir nada?
¿Porque la inspiración ya no me llama...?
Me niego a perderla de vista por más tiempo. La necesito como el respirar. Pero ella, caprichosa, vuela, vuela como una mariposa y me deja en el suelo, patidifusa, contemplando su vuelo turbulento hasta que se convierte en un punto a lo lejos.
¡Vuelve!
Ten por seguro que te atraparé... o quizás lo harás tú antes de que yo siquiera lo intente. Aquí te espero. Demuéstrame que escribir merece la pena, que puedo dedicarme a ello. Demuéstrame que mi pluma no se ha quedado seca y que mis folios no se han amarilleado. Llévame a lugares recónditos, a parajes inolvidables, a historias de amor, lucha y condena. Derrama sobre mi tu tinta de colores. 

Préstame tus alas, guía mi mano, compañera del alma, mi fiel compañera.